Only She

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Philippe en multimedia.

El llanto de Leighton.

Estaba furioso con ella. Furioso y encolerizado con toda la frustración que había acumulado en estos días.

¿Cómo se atrevió?
¡¿Cómo?!
Jodida mocosa desobediente.
Esta era su venganza.

El trato para la compra de las empresas de Tokio estaba casi zanjado, y ahora cuando llego a la reunión con la junta directiva me encuentro con un desmadre del tamaño de un puto meteorito.

La voy a matar. La iba a matar.

¿Cómo logró transferir esa cantidad de acciones a la otra corporación de su familia?
¿Como una cría como esa podía ser tan maquiavélica?

El mercado había estallado en cuestión de segundos. Leighton había usado su influencia para hacer estallar las acciones de la empresa principal en cuestión de segundos. Elevando las tarifas de compra por los aires y encareciendo el servicio prestado en un veinticinco por ciento de mierda que no estaban dispuestos a pagar los jodidos japoneses.

Una treta propia de la hija de Philippe. El arte de Martha era la seducción y capricho, su belleza le abría las puertas a donde quiera que fuese, pero el arte de Philippe, el arte de Philippe Ricoletti era la sagacidad, la inteligencia, la crueldad.

A simple vista el hombre aparentaba una amabilidad amarga y soberbia. Una mirada suspicaz y una sonrisa de zorro que parecía saber todo acerca de todo. Philippe creía fervientemente que el fin justificaba los medios, y no tenía reparos en aplastar a quien sea que se le atravesara en el camino sin escrúpulos.

De allí sus enemigos invisibles y amenazas de muerte. Pero Philippe no conocía el miedo, ni el arrepentimiento, ni la mesura. Sabía cómo jugar su juego en el mercado, sabía cómo manejar su empresa y siempre se las apañaba para ganar.

El problema era que el hombre de hielo no era tan indiferente como pensó al amor incondicional. Su hija. Su pequeña y erotica, y jodida hija. Ese fue el motivo principal de su muerte.

Arrastró a Martha con él a Holmes Chapel cuando una nota sin firma apareció entre los papeles de su oficina. Las luz de sus ojos había sido amenazada de muerte, y terminó siendo todo igual de monocromático. Él o su pequeño retoño.

No lo pensó dos veces cuando murió Donato, aparentemente en un acto suicida.

Y luego él mismo se encargó de sabotear el coche que conducía a toda velocidad. No podía suicidarse por los medios comunes porque no podía herir a su hija de esa manera. Y lo hizo, murió por lo único que había amado más que a si mismo, más que a su propia vida. El único verdadero amor de Philippe.

Su imagen y semejanza, Ricoletti era la viva imagen de su padre con el toque seductor y la belleza profética de su madre.
Tenía la mente de su progenitor y la maldad propia de un zorro astuto. ¿Cómo una cría podía haberlo jodido de esa forma? Los billones que se perdieron con el trato  no compraban la furia incontrolable que me poseía ahora que sabía, por boca de Louisa, lo que la pelirroja había hecho ese día.

Pero la mierda se salió de control cuando sus ojos llorosos y rotos se fijaron en mí.

Mi alma se partió en dos y Un dolor desgarrante  y enloquecedor nació en la base de mi estómago. No llores. No me mires así.

Había tanto dolor en esas aguas claras.
Tanto dolor. Y al mismo tiempo se veía tan hermosa, repleta de lágrimas y de hipos mal improvisados.

El calor abrazó mi cuerpo. Y ella no dejaba de llorar y ese pequeño llanto seguía perforándome el pecho de una forma de que incluso rivalizaba con lo que sentía muy adentro cuando me había encontrado a esa mujer engañando a mi padre.

No llores. Por favor deja de llorar.
Tenía los cabellos rojos alborotados y sensuales, los labios rojos y entreabiertos y me miraba de una manera tan ardiente y mordaz que me obligaba a contener la respiración.

A la mierda todo.

Mis piernas se balancearon hacia adelante y cuando el contacto de su boca hizo lo suyo contra la mía, no supe nada más de mí mismo.

Solo estábamos ella y yo.



Lágrimas de frustración rebotan en mis ojos, y el efecto del Vodka ha desaparecido junto con él subidon salvaje de testosterona. No me lo perdono. No me lo perdono esta vez.

Está cubierta en barro, inconsciente y vulnerable.

¡Se ha lanzado del segundo piso!
¡¿En qué diablos estaba pensando?! ¿Tanto miedo me tenía? ¿Le repugnó tanto? No es tiempo de pensar en eso Blackwood. La chica se está muriendo de frío. Aprieto su pequeño cuerpo curtido en cieno contra mi pecho e improvisó un pequeño baño caliente.

Conteniendo la respiración la desnudo con toda la delicadeza del caso. Maldita sea.

Lujuria carnal. Dios. ¿Que hice para merecer esto? La jodiste en grande Blackwood. La golpeaste. Le gritaste. La has culpado todo este tiempo para así no culpar a Martha. La maltrataste. La heriste. La hiciste llorar. Casi abusas de ella ¡Dios! ¡Eres un animal!

Aparte mi vista de sus senos una vez le quite toda la ropa y la introduje completamente en la bañera. No puedo verla así. No puedo verla tan destrozada.

Temo tanto el que me vuelvan a lastimar pero eso no evita que termine lastimando a los demás. Abro el grifo de la ducha y retiro el resto de barro de su rostro, de modo que su bello rostro está más visible sobre aquella capa de polvo mojado.

Sus manos sangran sobre el agua de la bañera de modo que tengo que vaciarla más de una vez.

No mires su busto. No mires su busto.

Maldicion. Aprieto sus labios contra los míos cuando lloro.
¿Cuándo fue la última vez que lloré así? Ni cuando murió Martha salían de mi boca sollozos tan indelebles. Oh cariño, perdóname, perdóname.

Haré todo para compensarte. Lo haré. Haré que me perdones.

Se veía tan frágil y tan trágica. Como una muñeca sin cuerdas.
Hay algo dentro de mí que sigue rompiéndose. Rompiéndose con ella. Me duele mirarla. Me duele ser consciente de que provoca cosas más fuertes en mí que las que me provocaba su madre.

Cuando miro a Leighton siento desazón, molestia, desesperación y ansiedad, ah y también una lujuria enfermiza. Ella me enferma, me saca de mis casillas y me enfurece  dramáticamente con cualquier gesto o mirada venenosa, sin embargo, luego hace algo que me desconcierta por completo dejándome indefenso ante un cúmulo de emociones que ni yo sabía que tenía.

Las sonrisas de esa chica son peligrosas.

Su madre me calmaba, me hacía sentir jubiloso y extrañamente contento, me hacía sentir querido de una manera que yo encontraba aceptable porque estaba acostumbrado al rechazo de todas las personas que creí querer. Pero al final ella tampoco me quiso.

Dormía como si estuviese en paz, sobre esa cama de sales y espuma de jabon. Y se veía tan bien aún con algunas que otras capas de barro manchando su acendrada piel.

Me quede allí mirando y contemplando su desmayo, como en un idilio que no era ni pasajero ni mucho menos racional. Su nariz se arrugó levemente sobre su rostro y todo mi cuerpo tembló ante esa reacción.

¿Que tan profundo se me había metido esta cría bajo la piel?

Y obtuve mi respuesta cuando un par de zafiros me contemplaron con vergüenza y timidez. Una expresión que nunca había visto en ese bonito rostro.

Mucho.
Mucho.
Más de lo que creía.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora