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No sé a qué ha venido, pero está aquí. Ambos estamos en la calle, discutiendo acaloradamente sobre su repentina decisión, las personas que pasan a nuestro lado ralentizan su paso para escuchar lo que estamos hablando, pero él solo me observa a mí.

—Siempre eres el que tiene que decidir y no es justo —le reclamo.

—Sabes que es lo mejor —replica.

—¿Lo mejor para quién? Porque para mí definitivamente no lo es.

Él frunce sus labios y pasa su mano por su cabello que ya ha crecido un poco.

—No lo entiendes porque estás enojada —alega.

—No estoy enojada, estoy furiosa y lastimada —contesto elevando mi tono de voz—. Por favor, déjame demostrarte que podemos lograrlo.

—No tiene caso.

—Una vez me dijiste que estabas enamorado de mí, ¿acaso lo has olvidado?

—No —dice con voz queda—. Tu mejor que nadie sabes que la felicidad no dura para siempre, es mejor así.

—Pero... yo te amo —susurro, por primera vez pronunciando las palabras fuera de mi mente.

Al escuchar esto, su postura se desbalancea un poco y creo que tal vez lo he hecho entrar en razón, pero en cuestión de segundos vuelve a adquirir su semblante impenetrable.

—El amor no lo es todo. Y ya te lo he dicho, hay batallas que no valen la pena luchar, Dakota —da la vuelta y me deja sola en las tinieblas de la noche.

Intento acercarme a él pronunciando su nombre, mi corazón se acelera ante el pensamiento de perderlo nuevamente, así que me empeño en alcanzarlo y, cuando finalmente lo toco, mi mano pasa hacia el otro extremo, como si él fuera un fantasma, vuelvo a intentarlo, pero él se aleja cada vez más y más, su silueta se desvanece poco a poco y aunque lo llamo incontables de veces, con mi último llamado él ha desaparecido por completo.

Nuevamente se ha ido.

De pronto las calles se han vuelto completamente oscuras y a mi alrededor no hay ruido, estoy completamente sola.

Desesperada, me muevo hacia un lado y siento que soy bloqueada por algo suave que su hunde con mi toque, palpo para tratar de saber de qué se trata y es hasta que finalmente me doy cuenta donde estoy.

En la oscuridad de mi habitación.

¡Dios! ¡Otra noche con esa terrible pesadilla en mi mente!

Me inclino hacia la derecha y enciendo la lamparita de noche. La habitación poco a poco se ilumina, miro el reloj que marca las once y media de la noche y doy una exhalación de cansancio, llevando mi mano a mi cabeza y con la palma de ésta le exijo a mi mente que saque su recuerdo.

Desde hace una semana que esa pesadilla me asecha por las noches, desde hace una semana que no sé nada de él y desde entonces me siento malditamente nostálgica.

Salgo de la cama y con mi celular alumbro mi camino hasta llegar a la sala y encender la luz. Me dejo caer en el sofá y miro hacia el blanco cielorraso.

La tarde que llegué a Chicago, di gracias porque el apartamento ya tenía los muebles necesarios para mí: una cama, un gran sofá, un televisor plasma, la cocina y la refrigeradora. Era evidente que Ian había comenzado con su mudanza y a la vez me hizo sentir mal de cambiar inesperadamente sus planes, aunque cambié de parecer cuando lo culpé en parte de lo que había pasado entre Nathan y yo, creo que, si él no hubiese aparecido esa noche, las cosas entre nosotros hubieran seguido el plan que tenían en un comienzo, aunque ahora no sé si la única que hizo planes aquí fui yo.

Maravilloso Destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora