La rutina de Iván, que se basa siempre en seguir las reglas que los demás forjaron para él, cambiará con la llegada de Lucas, un chico tierno y de buen corazón que hará tambalear las convicciones de Iván, haciéndole ver que el mundo tiene más colore...
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Unos ruidos raros empezaron a alertar a Iván de que algo no estaba bien. Su primer pensamiento fue golpear lo que sea que estaba ocasionándolo. El segundo, temer que fueran unos ladrones. De inmediato se levantó de la cama con solo unos pantalones viejos que llevaba encima. Buscó por toda su habitación algo que le pudiera servir de arma, pero solo halló cosas inútiles cuya lesión más grave que podía ocasionarle a alguien era cosquillas. Iván debía pensar más en su seguridad, pero como las cosas en su vecindario eran tan calmadas que parecía surrealista, no hubo necesidad de hacerlo. Hasta ahora. Recién en este momento cayó en la cuenta de lo peligroso que era para alguien como él, que dejaba la casa sola por las noches debido a su trabajo en un club nocturno y cuyos padres estaban de viaje; tener la casa completamente desprotegida.
El ruido seguía persistiendo. Con temor, se acercó a la puerta de su habitación y la abrió lo más silenciosamente que pudo. Se preguntó a quién diablos se le ocurriría entrar en una casa a plena luz del día, pero nuevamente, hay personas que no saben lo que el sentido común significa.
Con todo el malhumor que podía acarrear esta situación, fue para ir a callar la causa del ruido de una vez por todas. Mientras llegaba a las escaleras que conectaban ambas plantas de la casa, se dio cuenta de que el ruido venía de la entrada principal, por lo que se calmó al saber que aún nadie había entrado. Por lo menos algo hizo bien esta vez y había cerrado la casa como era debido cuando generalmente nunca se tomaba la molestia de hacerlo. A medida que se acercaba, fue dándose cuenta de que el sonido era constante y parecían arañazos en vez de pasos.
Con el corazón acelerado, se acercó a la puerta de la entrada, mientras más cerca, más nervioso se ponía. Con las manos algo temblorosas a pesar de que se negaba a admitir a sí mismo que estaba asustado, abrió la puerta con un movimiento brusco para descubrir al fin a su asaltante.
Al hacerlo, se topó con algo que a su parecer era lo más desagradable del mundo. Un perro. Pero no era cualquier perro, era uno enorme con grandes orejas y color blanco. La adrenalina causada minutos antes se desvaneció y a su vez surgió un nuevo sentimiento en él. Repugnancia.
El animal se encontraba sentado en la entrada arañando la puerta y en cuanto reparó en la presencia de Iván, dejó de hacerlo y empezó a menear la cola y ladrar como si lo estuviera saludando. Iván odiaba a los jodidos perros, de cualquier raza, tamaño o color. No podía soportarlos, no es como si tuviera alergias o algo por el estilo, solo no le agradaban. Eran unas cosas molestas que dejaban pelos y saliva donde quiera que vayan. Así que, como cualquier persona que odiaba a los animales, lo espantó, pero no funcionó y el canino aún seguía en el mismo sitio. Pronto descubrió que sus intentos eran inútiles, el animal solo lo miraba con lo que parecía diversión ante el enojo que ya empezaba a invadirlo.
—Ya vete, maldito perro estúpido —continuó sin una pizca de paciencia. No era nada divertido levantarse temprano cuando el día anterior estuvo hasta la madrugada repartiendo tragos en el "Queen", el club nocturno que lo contrató hace unos meses. Miró la reja abierta que claramente parecía una invitación a cualquier ser vivo para entrar a merodear y se odió nuevamente por no ser más consciente y dejar todo sin ponerlo bajo llave. Un día de esos puede que ya no sea un inocente perro quien lo despierte.