P r ó l o g o

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—¿Qué demonios pasa? —preguntó un hombre enfurecido en la casa que utilizaban él y sus hombres como refugio

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—¿Qué demonios pasa? —preguntó un hombre enfurecido en la casa que utilizaban él y sus hombres como refugio. Si es que a ese basurero uno podía llamar casa. Las paredes desgastadas le hablaban de años de descuido y el olor a humedad sólo reforzaba la sensación de abandono. Sin embargo, en ese lugar en el que nadie se atrevería a poner ni un pie encima, se realizaban los actos delictivos más grandes de la ciudad. Pero ahora, ante la sorpresa de los que habitan en él, estaba siendo iluminado por las luces de la sirena policial.

—No sabemos. Vinieron de repente y nos acorralaron, señor —respondió Aiko, una joven asiática que ocupaba el segundo cargo más alto luego del líder. Si bien tener a una chica no era del agrado del grupo, ella se había ganado el lugar por medio de una inteligencia aguda y una boca que pocos se atreverían a cerrar.

No había lugar para huir, estaban rodeados por oficiales que, por medio de un megáfono, les solicitaban abandonar la propiedad con las manos arriba. Años de constante trabajo y jamás habían sido descubiertos. ¿Quién pudo haberlos delatado? Esa era la única manera, fueron tan cuidadosos en todos sus procedimientos, que sólo un maldito traidor pudo haber ocasionado esto.

A pesar de que no todo el grupo estaba presente en ese jodido lugar, gran parte se estaba viendo afectado. Uno a uno, a pesar de la ira del líder, los que no huyeron despavoridos, fueron dejando la propiedad cuando los oficiales amenazaron con entrar con el gatillo en mano ante una mínima muestra de resistencia. El resto, los que actuaron rápido y los abandonaron ni bien sonaron las sirenas, eran unos cobardes a los ojos de Brad. Todos estaban en alerta y Brad podía sentirlo.

—¡No pueden hacernos esto! ¡Lo pagarán! —gritó. Él había permanecido a lado de la mujer asiática y otro adolescente. Los ojos del chico reflejaban confusión y miedo. Aunque seguro como el infierno que los demás también querían salir despavoridos, el temor a represalias pudo más. Solo Aiko y el adolescente permanecían a él por fidelidad debido a que le debían demasiado como para poder salvarse ellos mismos y dejarlo a un lado.

—Es mejor entregarnos, no tenemos escapatoria —susurró la mujer. El chico a su lado miraba con temor, pero no se atrevió a hablar.

—¡Silencio! —vociferó el hombre y se preparó para poder huir a pesar de todo. Incluso sabiendo que tan jodidas estaban sus opciones. Sabía que no era lo más sensato, pero la prudencia no era su mayor virtud. Juntó un arma e improvisando un nuevo plan, agarró al adolescente del cuello y presionó el arma en su sien—. Serás mi rehén, de esta manera podrás pagar tu deuda conmigo.

El chico rogó que lo soltaran, pero era inútil. Aiko quiso hacer algo, pero el miedo a su líder era más grande que el cariño hacia el joven. El líder, con el rostro lleno de ira y la mirada encendida con lo que parecía locura, salió por la puerta y gritó:

—¡Si se atreven a hacer algo contra mí, este chico morirá! —los oficiales se quedaron estáticos, de a poco empezaron a hablar por la radio a algún agente superior para poder seguir instrucciones. Pero mientras dudaban qué hacer, el hombre no pensaba esperarlos.

—¡Ábranme paso o el chico muere! —vociferó y de a poco fue haciéndose camino.

Al estar en una pequeña ciudad, estos grandes eventos generaban mucha conmoción, por lo que había muchas personas merodeando a pesar de que los oficiales intentaban alejar a las masas para no ser víctimas de los delincuentes. A Brad le enfurecía como el infierno ver como algunos estaban mirando con satisfacción. Malditos todos. Bien que muchos de ellos eran clientes suyos.

—Está bien, suelta al chico y te dejaremos libre —habló un agente a través del megáfono.

—¿Acaso creen que soy idiota? No lo soltaré hasta poder estar seguro —contestó el hombre.

Tan concentrado estaba en lo que tenía en frente, que no reparó en que atrás de él, unos hombres se preparaban para atacar.

—¡Cuidado, Brad! —gritó Aiko desde adentro de la propiedad.

El líder, Brad, volteó el rostro, pero era muy tarde, la bala ya fue disparada a su dirección. Lanzó un jadeo sonoro y soltó al adolescente que rápidamente corrió de ahí a refugiarse con los oficiales. Brad cayó al piso con un grito de dolor y segundos antes de caer en la oscuridad, solo un pensamiento le vino a la mente y ese era, que no importa cómo, pero haría pagar a aquel que se atrevió a delatarlo.

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Camino a tu CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora