-Sheriff, tú tienes una deuda conmigo...-
-Y como quieres cobrarte?-
-Lo que quiero es... una hora de tu arquero-
Rick la miró y sacudió la cabeza tratando de darle sentido a lo que le pedía.
-Para qué lo quieres? Le preguntó, extrañado.
-Para follá...
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Daryl la condujo sin ningún tipo de delicadeza por el pasillo, y tres puertas más tarde, y sin decirle ni una palabra, la metió de un tirón en una de las habitaciones. La arrojó a la mitad de la alcoba, mientras se sacaba la ballesta, dejándola cerca de la puerta.
-Auch!!! - Dijo ella, restregándose la muñeca. –No sabía que te gustaba rudo, es en otra habitación que guardo esa clase de equipamiento! – añadió, lanzando una sonora carcajada.
Daryl se paseaba nervioso de un lado al otro, sin dejar de mirarla a través de una desprolija cortina de cabello. Vio como ella caminaba hasta la cama, y sentándose sobre el borde de la misma, dio unos delicados golpecitos con su mano sobre el cobertor, invitándolo a unírsele.
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-Estás loca! –siseó Daryl- ¿Qué quieres de nosotros?? ¿Por qué nos ayudaste? ¿Cómo puede ser que tengas este refugio estando "sola"? ¿Quiénes más viven aquí? HABLA MALDITA SEA!-
Java lo miró estudiándolo con detenimiento antes de responder. A pesar que el hombre que tenía enfrente en este momento ardía furioso, le resultaba bastante atractivo. Destilaba rudeza y masculinidad por partes iguales, en una mezcla que le resultó no menos que... embriagadora. También notó que bajo esa ira, había miedo.
No era estúpida. Sabía que seguir azuzándolo era peligroso. Se guardó el chiste de "Eres de los que les gusta hablar antes!" porque estaba segura que empeoraría la situación.
Suspiró, un poco por resignación y otro porque sabía que explicar todo lo que él le había preguntado abriría zonas dolorosas. Se puso de pie despacio, y se aceró hasta la ventana, apoyándose en su marco, y sin correr los cortinados, se puso a mirar hacia la acera.
Un par de walkers caminaban por la calle, pero se habían vuelto tan común verlos que habían pasado a ser parte del mismísimo paisaje. Escuchó como él comenzaba a tranquilizar la respiración, y tras un par de minutos, se colocó frente a ella, a unos dos metros de distancia. Cuando lo hizo pudo ver que por las mejillas de aquella mujer se habían formado unos surcos de lágrimas. Ni un sollozo salió de los labios de ella, sólo había dejado correr la húmeda tristeza.