15 - El cuento de la princesa

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Cuando Rick salió hacia la escalera encontró a Daryl abrazándola con ternura, y se sonrió incómodo, nunca había visto esa faceta de su amigo. Carraspeó la garganta, y vio como el arquero se separaba de ella con suavidad.

-Daryl, tenemos que hablar con Rosita y Aaron, necesitamos trasladar esto a Alexandria y a Hilltop... Y a ti... - dijo el sheriff mirándola - esto... es increíble. Gracias. Sé que querrás cobrarte este favor... -agregó desviando la mirada un instante hacia Daryl- pero sé que lo que pidas será poco al lado de la oportunidad que nos has dado.-

Java se levantó de los escalones con lentitud, y se acercó a Rick hasta quedar a poco menos de un paso de él. Con una voz siseante y cargada de fuertes emociones, y una mirada asesina que helaba la piel le contestó:

-Créeme Rick, si al final de esto le pasa algo a Daryl, vas a extrañar a Negan al lado de lo que pienso hacerte...-

Dicho lo cual se giró sin dilación, subiendo las escaleras sin mirarlos siquiera.

Rick estaba no sólo divertido, sino sorprendido de la fiereza de aquella mujercilla.

-Creo que deberé tomar sus palabras en serio... tienes una brava guardaespaldas... Ahora vamos a hablar con los demás.-

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Java lanzaba los libros hacia atrás, por el aire, de manera rabiosa y frenética. "Dónde está? Dónde? Dónde?" se preguntaba una y otra vez, en su interior sabía que estaba descargando su enojo, su frustración, su miedo en sus preciosos amigos de papel, pero le era imposible no hacerlo, y no quería llorar más, le había prometido a Daryl que no lloraría más por él, pero, diablos! Ella iba sintiendo como su interior se quebraba poco a poco, desmoronándose en caída libre.

Hasta que al fin la encontró, dentro de una cajita en un rincón, lo que estaba buscando. Adentro de ella había una pulsera negra tejida, que en hilos dorados tenía bordado un atardecer, con el perfil de dos pájaros que se perdían en el horizonte. La apretó en sus dedos. Casi se había olvidado de ella, pero cuando Daryl la había abrazado en las escaleras habían reaparecido de repente la pulsera y su historia en su memoria. Era el colofón perfecto para los días que habían pasado juntos, algo que darle para que la recordase cuando él se fuese.... Todavía no sabía como ella haría para volver a su rutina, ya no podía ni quería recordar cómo era haber pasado tanto tiempo sin su piel, su dulzura, sin esos ojos de cielo que la hacían olvidarlo todo.

La besó con suavidad, deseando que así su beso lo acompañara en los tiempos que vendrían.
Y mientras recogía, no sin cierta culpa, sus maltrechos libros, aguardando el momento en que su arquero entrase a anunciarle su partida, rogó a todos los dioses que le diesen fuerza para soportar ese cruel momento que se cernía inexorablemente sobre ella.

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Aaron y Rosita estaban eufóricos mientras Rick les contaba sobre el cargamento de armas con el que ahora contarían para la batalla. Daryl los escuchaba discutir sobre como las transportarían, sobre si llevarlas a Hilltop o a Alexandria, si dividir el cargamento, sobre...

Él estaba con su mente a varios pisos de distancia, pensando en ella. "Mía, solo mía, mi chica" era en lo único que podía pensar. Daryl sentía que no merecía pedirle que fuese con él, era una locura, allí ella estaba segura, y Daryl sabía que estaban en pie de una guerra, y saber que ella podría salir herida, o mucho peor, morir estúpidamente por un conflicto que le era ajeno absolutamente, era una idea capaz de volverlo loco. Además, algo en su interior lo aguijoneaba lastimándolo, y temía que esa idea no fuese solo un fantasma, sino que se convirtiese en la más cruel de las realidades: él nunca había sido amado por alguien, y ellos apenas si se conocían, lo más probable que es que él hubiese sido un pasatiempo, un entretenimiento que hubiese venido a quebrar la monotonía de su vida.
Ese sólo pensamiento le causaba más dolor del que podía recordar haber sentido.
Toda su vida había sido un largo camino para llegar a ese tiempo que pasaron juntos, y Daryl sabía que esos momentos serían lo que lo acompañarían hasta el último suspiro de su vida.

Cuando esa marea de pensamientos comenzaba a ahogarlo en su interior, sin saber bien por qué, recordó un cuento que una tarde, en el porche de la casa de Alexandria, escuchó que Carol le leía a la pequeña Judith. Era "Rapunzel". Él nunca lo había escuchado hasta ese momento, sus padres estaban lo bastante jodidos como para ser de aquellos padres que leen cuentos a sus hijos. La historia en ese momento se le antojó estúpida y sin sentido, sin embargo allí mismo, en ese sucio callejón, cuando subió su mirada por aquella escalera hasta la azotea del viejo hotel, descubrió que el cuento estaba equivocado, y no era el príncipe que había salvado a la princesa.
Era la chica, su chica, quien lo había salvado a él.

Moneda de cambio [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora