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Mateo entró a su casa. Estaba tan molesto, que la vena de su cuello resaltaba demasiado. Al llegar, lo primero que vio fue a Agustín sentado en el sofá mirando la televisión. Todavía seguía ahí. Cuando el mayor notó la presencia de Tego se volteó para poder verlo mejor.

— Amor, ¿tan rápido volviste?— le hizo una seña para que el menor se acercara a el. Pero Mateo negó. — ¿Daniel te contó?

— Y si.— se cruzó de brazos.— ¿Otra cosa que me quieras contar para arruinarme el día?— su sarcasmo y frialdad dolía en serio, pero Acru lo entendía. Entendía su enojo y todo.

Agustín suspiró, ya era momento de contar eso que debía haberlo hecho desde que comenzaron a salir. Se relamió los labios y pasó una mano por su rostro, estaba tan nervioso.

— Dale Agustín, contame.— pidió con el tono más frío posible en el.

— Antes, cuando recién te pedí salir,— empezó.— eras un chamuyo más de los que tenía, quería llamar la atención de Daniel de alguna forma y fue lo primero que pensé. No me gustabas.— se acercó hacia Mateo, pero éste se alejó al verlo tan cerca. — ¿Estás enojado? — preguntó con algo de timidez.

— ¿Vos que te pensas?— las palabras se oían horribles.— O sea, yo tenía la posta, no te gustaba.— dijo como si estuviera explicando algo. Acru se encogió de hombros, no había nada mas para decir, total el menor tenia toda la razón.

— ¿Hay algo que quieras que haga?— preguntó con tono de voz tierno.

— Si.— decía Tego.— ¿Te podes ir? Por favor.— pidió sin mirarlo a los ojos. Agustín asintió lento. No se despidió, ni nada ya que sabía que el otro solo lo ignoraría.

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