Capítulo 8.

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5:30 AM

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5:30 AM. Lunes por la mañana.

Samantha era perezosa, y es que eran pocas las personas que no lo eran. Ella había llegado a la conclusión de que todo era culpa de las fábricas de colchones. Cada vez los hacen más cómodos, así nadie va a querer levantarse de la cama alguna vez. Pero tenía que hacerlo, faltaba media hora para las 6, lo que le daba un tiempo corto para arreglarse, y como no quería parecer tan seria para los niños, terminó poniéndose una de sus vestiduras favoritas: unos jeans bota campana con una camisa blanca de rayas. Lo combinó con uno de sus sombreros. Samantha era amante de los colores, sandalias y sombreros; no podía ver uno en una tienda porque automáticamente lo compraba.

Cuando se paró frente al espejo se dio una mirada de suficiencia, lucía justamente como alguien que no va a comerse a los hijos de un multimillonario, y aunque Samantha se estaba esperando lo peor (chicos malcriados que gritaban por todas partes haciendo berrinches), iba con una posición positiva frente a todo esto. No podían ser tan tremendos como sus hermanos menores, ellos sí que eran una locura andante. Sobreviviría.

Justo en el momento que salió para encontrar un taxi, una camioneta color negra estaba posicionada justo en la entrada, a su lado se encontraba un hombre con un traje negro y gafas de sol. Cuando la vio salir levantó su mano en forma de saludo, algo que ella hizo también, para luego comenzar a caminar de nuevo, pero el hombre habló rápidamente.

—Señorita Brown, vengo de parte del señor Abbruzzi para llevarla hasta su destino. Perdone usted la llegada tan temprana —comentó, abriendo la puerta para ella. Samantha pronunció un "gracias" rápidamente y subió al auto. No quería dar una mala impresión en su primer día, y definitivamente la daría si se negaba a ser llevada hasta la casa.

En el trayecto, como aún era temprano por la mañana y la hora escolar realmente no empezaba aún, los autos eran muy pocos. Se podía apreciar toda la ciudad. Seattle era una ciudad de ensueño para quien venía de otros lugares. A Samantha, aun cuando había vivido ahí toda su vida, también le parecía una ciudad de ensueño. Le gustaba admirarla cuando podía. Lo que más amaba era caminar por las calles y disfrutar de ellas. No entendía por qué algunas personas renegaban de las ciudades de dónde venían, las que les habían dado todo. No se trata de renegar la ciudad de la que vienes, si hay algo que no te gusta de ella, entonces cámbialo desde tu vida y aprende a ser feliz con ello.

Al llegar al lugar, no era como Samantha lo esperaba. En serio esperaba una mansión estilo película, pero para su asombro solo era una casa grande. Sí, blanca y muy estilizada, pero no algo del otro mundo. Agradeció en el fondo de su corazón por eso. Cuando abrió la puerta del auto, el chico que la transportaba la miró apenado.

—Lo siento mucho, estaba tratando de venir lo más rápido posible a abrirle.

—No te preocupes, puedo abrir la puerta —comentó ella sonriendo. No le gustó la cara de pena que hizo el chico por algo tan banal como abrir una puerta pero, al parecer, a él si le había preocupado lo que ella le fuera a decir a su jefe. —En serio no es nada, aunque sí deberías tener mucho más cuidado conmigo, una vez dañé la puerta del auto de mi madre —comentó la chica para hacerlo sentir mejor. Era cierto, Samantha había dañado la puerta del auto de su madre cuando estaba en penúltimo año y había perdido un examen por el que había estudiado toda la noche. Cómo lo hizo, no hay una explicación concreta de ello, pero le ganó un castigo durante dos semanas.

UNA NIÑERA PARA MIS HIJOS |LIBRO #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora