| MARATÓN, Día 1. |
¿Cuánto podría estar sufriendo un hombre en su soledad? Pensó Samantha mientras sostenía a Braxton dormido en sus brazos. Había algo en la manera en que se encontraba respirando que permitía sentirlo tranquilo y sereno. Él lloró un buen rato mientras ella trataba de calmarlo, sin exigirle alguna palabra, simplemente secó y besó cada una de sus lágrimas. No era algo que ella estaba acostumbrada hacer, generalmente no era una mujer muy expresiva, pero últimamente algo pasaba con ella.
Aún no se encontraba aceptando el hecho de su jefe besándola, ni de ella correspondiéndole. Pero eso realmente no le estaba importando en ese preciso momento mientras enterraba sus dedos en el cabello del chico en sus piernas y jugaba delicadamente con sus rizos. Ella estaba decida a irse una hora antes, pero todo había ocurrido muy rápido. Samantha ahora lo entendía, entendía todo su comportamiento patético en el supermercado, y simplemente no podía volverse a enojar, porque lo estaba. Estaba tan enojada con él que quería gritarle que dejara de comportarse con un niño, pero agradeció no haberlo hecho.
La chica bajó la mirada a los rizos color castaño oscuro que se encontraban en su regazo y dejó de molestar su cabello para bajar por su cara. Era un hombre precioso, físicamente era alguien que con solo chasquear los dedos lo tenía todo, pero no era solo eso lo que llamaba tanto la atención de Samantha. Si bien era algo que la había cautivado, no era realmente eso lo que la hizo sentir un gusto por él. Era más bien su interior, o por lo menos lo que dejaba ver dentro de casa.
A la chica, desde que estaba muy pequeña, le habían enseñado una cosa bastante puntual: las personas sabrán realmente quién eres al ver cómo te comportas en casa. Indiscutiblemente era algo por lo que Samantha se había guiado para verle de una manera diferente. Sí, al principio fue difícil, y puede que se haya preguntado muchas veces el porqué de muchos de sus comportamientos, pero ahora lo entendía. Tenía miedo. Tanto por él como por sus hijos. Ella era una completa desconocida que llegaba a cambiar todo en casa, era nueva, pero significativamente les estaba haciendo mucho bien a su vida. Se sentía agradecida de haber sido puesta en este lugar.
En ocasiones, cuando sus hermanos se encontraban oprimidos, asustados o algo malo ocurría, su abuela siempre les decía que la mejor solución para todo era orar. Aunque su madre les llevaba a la iglesia cuando eran pequeños, después de un tiempo dejó de hacerlo, con la excusa de que cada persona era libre de elegir a quién quería seguir y a quién quería creer. Pero Samantha creía en Dios, sabía que existía, el problema era que ella nunca había hablado con Él, y por ello, en ocasiones dudaba acerca de muchas cosas, pero por primera vez quería hacer lo que le recomendaba su abuela, por él, para que pudiera seguir adelante.
Ella realmente no sabía cómo hacerlo, pero teniendo en cuenta su definición de lo que era hablar con Dios, eso era lo que pensaba hacer.
—Sé que he dudado mucho de tu existencia, a lo mejor se deba a que nunca fui cercana a ti. Vaya, esto es realmente extraño —comentó mientras miraba al frente y veía como los autos pasaban rápidamente. Aunque nadie podía ver de la casa para adentro, ella sí podía ver hacia afuera. Braxton seguía rendido—. Mi abuelita una vez me dijo que podría hablar contigo para cualquier cosa. Sé que luzco como una tonta ahora, espero que no te estés burlando de mí en el cielo, ¿eh?
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UNA NIÑERA PARA MIS HIJOS |LIBRO #1|
Chick-LitUna historia llena de ternura. Llena de sacrificios. Llena de amor. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. -1 Cori...