Si había alguien que odiara las reuniones familiares, esa era Samantha Brown. Lo hacía porque todos comenzaban a preguntar sobre su vida, pero no solo eso, también pedían que hablara constantemente, y ella no era una chica habladora, entre menos palabras, mejor. Pero el día de hoy estaba feliz, puesto que después de bastante tiempo, su hermana mayor Rowen venía de Washington DC. Tenía más de 9 meses que no la veía. Sabía que se había comprometido con Paul, su novio de toda la vida. Además iba a ser tía, y lo sería doblemente, pues su hermano Bastian, el mayor de todos, también estaba a punto de ser papá. Samantha era la hija de la mitad. Tenía una familia conformada por 4 hermanos, 5 con ella, dos eran medio hermanos, pero para ella no era realmente así, pues había vivido con ellos desde que nació. Sabía que su padre no era él mismo, pero David, su papá se había encargado de quererlos a todos como sus hijos, y de esa misma manera los crió. También le seguían los gemelos, eran los pequeños demonios de su casa, Pame y Loras. Con solo 18 años podían acabar con todo Seattle si se los permitieran. Pero Melissa, su madre, definitivamente no lo permitiría.
Hoy era uno de esos recuentros familiares que ella tanto odiaba, pero este valdría la pena. Sentada en el sofá familiar, veía como Pame y Loras, sus hermanos, se peleaban por el control remoto de la televisión. Hogar dulce hogar. Su madre cocinaba con la ayuda de su padre, así que la máxima conversación que iba a tener hoy iba a ser su cerebro y ella, algo de lo que estaba completamente agradecida. Samantha no era de ese tipo de chicas que destacaba, ella solía ser bastante tímida. Si hablaba, era porque era completamente necesario. Pero solía ser muy buena cuando de niños o animales se trataba. Cuando cumplió sus 20 se independizó. Eso significaba una ayuda con su flojera crónica. No era una chica madrugadora, así que el vivir sola era una maravilla. Sin embargo, le había causado bastantes problemas, como olvidarse de llevar sus papeles a la universidad por levantarse tarde y demás, pero ella estaba lista para volver a hacer el papeleo la próxima semana. Su carrera profesional como artista la esperaba. Ese era su sueño desde pequeña. Samantha podría ser callada o reservada, pero todo lo expresaba en su arte. Desde pequeña demostró que era realmente buena en las cosas artísticas. La pintura era su hobby, además, las manualidades y el manejo de la arcilla se hicieron su especialidad a medida que fue creciendo. Pero, a pesar de todo, para toda la familia ella era solo Sammy, su pequeña Sammy.
La puerta de la casa de la familia Brown/Davis, como la habían bautizado sus padres al nacer todos los hijos, comenzó a sonar con pequeños golpes. Samantha se levantó para abrir y encontrarse con su hermano mayor, Bastian. Él era las risas de esa casa, además, era con quien mejor se la llevaba, pues ambos compartían el amor por el arte. Él era, también, quien más la hacía hablar de todos ahí presentes.
—¡Sammy! —gritó en forma de saludo, lanzándose para darle un abrazo. Ella sonrió y le devolvió el gesto a su hermano. Ya sentía su cara ponerse roja, era algo que no podía evitar. Cualquier muestra de afecto, una vergüenza o rabia la ponía como un tomate en menos de dos minutos. El mayor acabó con el abrazo para volver a verla. —Definitivamente el face-time no se compara con volver a verte —habló sonriendo. Detrás de él se encontraba su esposa, Loreta, quien también estaba embarazada. Ella saludó con su efusiva felicidad como siempre, a pesar de que le agradaba a todos en esa casa, a Samantha no. Algo que realmente la misma Loreta sabía, porque a ella tampoco le agradaba Samantha.
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UNA NIÑERA PARA MIS HIJOS |LIBRO #1|
Literatura FemininaUna historia llena de ternura. Llena de sacrificios. Llena de amor. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. -1 Cori...