8. Querer un abrazo

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Su cuerpo está inerte en el suelo de la gran cueva. Los dos encapuchados se ríen de lo «débil» que fue el Kazekage y de cómo se dejó atrapar. La extracción finalizó minutos atrás, pero no he querido volver. Mi mente solloza al lado del pelirrojo que una vez me demostró cariño, aunque fuese de una manera extraña.

«Unos pies se posan en frente de mí y alzo la vista. Me encuentro con el pelirrojo que me quiso matar. Me levanto de golpe y cierro el libro. Después, retrocedo. Mi cuerpo tiembla al recordar lo que sucedió en el Bosque de la Muerte; pero me controlo al recordar el pasado de Gaara.

—¿Me temes? —pregunta.

Mis manos sudan y mi labio tiembla. Cierro los ojos, apartando el recuerdo del bosque. Cuando los abro, estoy calmada.

—No —respondo.

—Deberías.

La arena sale de su calabaza y se alza detrás de él.

—No me harás daño —le digo.

—¿Crees que tus palabras me cambiarán? —suelta y una aguja de arena se forma al lado de mi cabeza—. Fueron palabras estúpidas...

Guarda silencio y se acerca a mí. Después, deshace la aguja y la arena regresa a su recipiente.

—..., pero me hicieron algo —confiesa y me quedo atónita—. Dime, ¿qué es esto que siento? Es cálido —se acerca a mí, pero no retrocedo—, reconfortante y... me hace querer...

—¡______!

Escucho la voz de Naruto y me giro en esa dirección. Cuando ve con quién estoy, se pone en posición de pelea, listo para defenderme. Pero nadie hace nada cuando siento el cuerpo de Gaara rodearme. Sus brazos están a mi alrededor. Gaara me está abrazando. No dura mucho y, cuando se retira, me observa a los ojos. No dice nada, pero me transmite muchos sentimientos. Sin decir nada más, se aleja.»

Las ojeras bajos sus ojos permanecen a pesar del tiempo que ha pasado. Intento tocarlo con mi mano, pero el Akatsuki rubio se atraviesa y se sienta encima de él. Mis manos tiemblan y mis ojos se llenan de lágrimas. No soporto ver tal escena, la ira y la tristeza me consumen.

Pero abro los ojos y todo se detiene. Mi respiración está agitada y mis lágrimas no tardan en caer. Seco con brusquedad las gotas saladas que recorren mis mejillas y me hago un ovillo en el suelo, al lado de mi cama. En la puerta se escuchan unos golpes leves para después abrirse. En la entrada veo a Sasuke, que me mira de manera preocupada. Se acerca a mí y me ayuda a levantarme, a la vez que me pregunta sobre mi estado y la razón de mi posición. Ignoro sus preguntas y me limito a abrazarlo.

—Debo hacer algo —le susurro.

Él asiente con la cabeza y me sujeta con un poco más de fuerza.

—Solo vuelve —me pide.

Ahora, yo soy la que asiente con la cabeza.

Me separo de él y cierro los ojos, pensando en la escena que vi con anterioridad al usar mi Seisu y teletransportar mi mente en busca de Gaara. Detengo el tiempo justo al abrir los ojos. Los dos Akatsuki no se han dado cuenta de mi presencia. Me coloco entre ellos y vuelvo el tiempo a la normalidad. Antes de que puedan reaccionar, le doy un golpe al rubio —que se hace llamar Deidara—, mientras que pateo al alacrán —de nombre Sasori—.

—¡¿Qué demonios?! —exclama el rubio cuando recibe mi golpe.

—¿Tú, quién eres? —me pregunta Sasori.

—No permitiré que traten de esta manera a Gaara —digo con un tono de voz que asustaría a cualquiera, incluso a mí.

—¿Eres una kunoichi de la Arena? —cuestiona Deidara.

Un Gélido IncendioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora