1. Lejos del hogar

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Estiro mi cansado cuerpo que reposa sobre la cama. Me giro sobre éste mismo y quedo mirando hacia la ventana, donde más allá se puede ver los pequeños edificios de la ciudad donde vivo actualmente; lejos de mi hogar, la Aldea de la Hoja. Tan lejos que me encuentro en otra dimensión, de la que no he podido salir por culpa de mis constantes entrenamientos para mejorar mi kekkei genkai: el Seisujikan.

Me levanto de la cama y siento que mis párpados quieren cerrarse. «¿Cómo no, si dormí casi tres horas la noche anterior?». Ignoro mis pensamientos y camino hacia el baño de la casa del hombre que me crió, pero que ahora me teme. Desde la primera vez que lo volví a ver, al volver a esta dimensión, él me teme. Ya no abusa de mí.

Llego hasta mi destino y busco en el botiquín de primeros auxilios lo que he tomado desde meses atrás. Encuentro con facilidad el bote blanco que cabe en mi mano y lo abro; saco una pastilla y la trago sin esfuerzo alguno. Cierro el bote y decido llevarlo conmigo de vuelta a mi dormitorio. Cuando llego, lo meto en mi mochila de entrenamientos, que oculta mis armas. La cuelgo en mi hombro y salgo de la habitación. Recorro la casa hasta la puerta, donde me detengo y digo en voz alta:

—Saldré un rato. No preguntes a dónde.

Espero un segundo por la respuesta.

—E-está bi-bien.

El hombre que abusó de mí en mi infancia tartamudea, y cómo no hacerlo, si mi actitud ha cambiado bastante. Mi felicidad se ha esfumado y el dolor me controla. La frialdad consumió todo rastro de alegría y la culpa selló la acción. Lo único que he podido hacer para remediar mis errores fue estar al tanto de su historia, aunque solo hayan pocos días escritos en el manga.

Salgo de la casa y camino con dirección hacia la tienda de anime, a la que siempre voy para ponerme al tanto de mis amigos y familia.

No tardo en llegar y busco entre los miles de libros pequeños al único que me interesa. Encuentro el característico nombre de mi más cercano amigo, que también es título de la trama. Lo tomo entre mis manos la nueva edición y me dispongo a leer.

—Deberías pagar por eso antes de abrirlo —escucho que dice alguien.

Me giro en su dirección con velocidad por el susto. Al ver su rostro, contengo la respiración por sus similares rasgos al personaje principal de la historia entre mis manos. Por instinto, llevo mi puño a su rostro, haciendo que sus azules ojos se cierren y su cabello rubio se agite. Hecho esto, salgo corriendo hacia la entrada, pago el manga y salgo de la tienda. Corro hacia mi lugar favorito, cerca de la playa. Cruzo entre cientos de personas cuando llego a la arena. Corro por la orilla hasta alejarme de la sociedad. Llego a un conjunto de rocas. Cruzo por encima de ellas con facilidad y salto hacia el pequeño claro entre ellas. Dejo mi mochila sobre una roca y me siento mirando las pequeñas olas que se forman en frente de mí. Quito el plástico que cubre el pequeño libro y lo abro. Comienzo a leer.

(...)

Cierro el libro y unas lágrimas caen de mis ojos. Miro el océano una vez más; luego, hacia la arena debajo de mí. Mi respiración se agita y llevo mis manos hacia mis mejillas, para secar con brusquedad la humedad que dejaron las gotas saladas. Dejo el libro a un lado y veo la portada.

—Maldito Akatsuki...

Encojo mis piernas hacia mí y las abrazo. «Gaara muere», es lo único que aparece en mi mente. Con rapidez, llevo mis manos hacia mi mochila; la abro y busco con desesperación el bote blanco lleno de pastillas antidepresivas. Saco una de éstas y la llevo a mi boca. Cierro el bote y lo arrojo al interior de la mochila. Vuelvo a acomodarme en posición fetal y mi pie comienza a moverse repetidamente, de arriba a abajo. Estas pastillas son lo único que alivian mi dolor y me ayudan a ignorar la culpa; pero me causan insomnio e hiperactividad.

Me levanto de la arena y, sin importarme qué pase o quién pueda verme, creo un clon de sombra. «Necesito desahogarme». Se coloca en posición de pelea y me alejo con un salto. Dejo que la marca de maldición se expanda, cubriendo de espirales mi brazo izquierdo desnudo. Ahora que Bugendai desapareció de mí, tengo control total sobre cada una de mis habilidades, incluyendo la sustancia púrpura.

Hago una posición de manos y estiro mi brazo derecho hacia abajo. Los rayos no tardan en aparecer y cubren mi mano por completo. Ya no lastiman, es normal lo que siento. Corro hacia mi clon y lo atravieso en un abrir y cerrar de ojos. Sangre sale su boca y todo se esfuma en una nube de humo. Aunque pueda teletransportarme, adquirí una gran velocidad por mis tres años de arduo entrenamiento. Mejoré bastante en todos los aspectos.

Escucho un pie resbalarse, pero no es mío. Me giro en la dirección y veo una cabellera castaña ocultarse detrás de una roca.

—Sal de ahí, Jade —ordeno.

La nombrada de ojos verdes se deja ver y noto el temor en su mirada. Jamás me ha visto hacer nada relacionado con mi universo natal; así que esto era un fenómeno para ella. «En este mundo son muy delicados con respecto a temas “sobrenaturales”».

—¿Me harás daño? —pregunta atropelladamente.

La miro con indiferencia. Recojo mi mochila y subo de un salto a la roca que siempre utilizo como salida, y que también es la que Jade utiliza como escudo.

—Haz lo que quieras —pronuncio con una frialdad que hasta mí me lastima.

La miro de reojo, esperando que haga algo.

—Siempre supe que tus ojos eran extraños aquí —habla la castaña que decía ser mi amiga—, pero jamás imaginé que fueras un fenómeno.

Vuelvo mi vista hacia adelante.

—Tú no eres la primera en pensar que soy peligrosa.

Con mis palabras al aire, salto de la roca hacia la playa pública, donde me encamino hacia la casa del hombre que me crió.

Un Gélido IncendioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora