39. Monotonía

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Había sido un viaje largo, de varios días...; sin embargo..., ¡fue asombroso! No dejaba de admirar el océano y las aves que volaban sobre nosotros. También decidí invocar un búho para poder volar cerca del mar y tocar el agua en movimiento. Aunque..., Gai-sensei fue el que más problemas tuvo (se la pasó vomitando). Ahora, para mala suerte mía, pero buena de Gai-sensei, hemos llegado a la gran isla donde nos ocultaremos hasta nuevo aviso a causa de la guerra.

—Esto da...

—Miedo —concluyo la oración de Naruto.

Es una isla gigantesca, rodeada de lo que parece ser neblina y llena de rocas gigantes y puntiagudas. Además, se escuchan sonidos de diferentes animales, provenientes del interior de la... “isla”.

—¿Acaso tienen miedo? —nos pregunta Yamato, con una sonrisa socarrona.

—¡¿Eh?! ¡Por supuesto que no! —exclamo.

—¡Claro que no, de veras!

Bajamos del barco y comienzo a admirar la naturaleza del lugar.

—Hola, mucho gusto —dice alguien—. Mi nombre es Motoi. Los llevaré al lugar donde se hospedarán.

Los cinco lo seguimos, adentrándonos al interior de la espeluznante isla. No veía ningún animal, ya que todo estaba en penumbras. Por dichas razones, decidí acercarme más a Naruto, buscando refugio o solo para sentirme más protegida. Sí, soy una kunoichi que le teme a la oscuridad.

(...)

¡Y por fin estaba en una habitación! Era bastante linda, a decir verdad. Tenía una ventana con vista al... tenebroso... bosque, un armario, una mesa de noche, una cama y un escritorio con silla incluida. Al entrar, arrojé mis cosas junto a la pared y decidí recostarme en la cama. No iniciaríamos con la “misión” hasta el día siguiente, por lo que tenía más de la mitad del día libre.

He estado mirando el techo durante varios minutos, sin pensar en ninguna cosa en específico. Es como si mi mente estuviera en un trance psicológico.

—Hola, ______ —me saluda alguien desde la puerta.

Me limito a girar mi cabeza en aquella dirección y me encuentro con el único rubio al que amo.

—Hola, Naruto —digo en un tono que pareciera monótono, distinto a lo que planeaba. Él pasa eso por alto y se sienta en la silla del escritorio.

—¿Qué harás el resto del día? —inquiere, mirando en muchas direcciones.

Si no lo conociera tan bien, diría que busca algo; pero está nervioso.

—Esto... No sé —respondo del mismo modo en el que lo saludé—. Descansar, supongo. Fue un viaje largo —miro al techo nuevamente.

Ambos nos quedamos en silencio. Un silencio que es incómodo. Pero lo ignoro en cuanto mi mente entra en el mismo trance de antes, donde ningún pensamiento se aparece en mi cabeza.

—Descansa —suelta Naruto bruscamente y sale de la habitación, dando un fuerte golpe a la puerta.

«¿Se habrá enojado?»

No, no hay razón.

«¿O es por el tono en el que le hablé?»

Suelto un suspiro y me digno a mirar la cerrada puerta de la habitación, deseando que Naruto entre por ésta y se abalance sobre mí. Después, no importa lo que pase. Solo lo quiero conmigo unos minutos, para dejar el estúpido sentimiento monótono que me controla.

Pero no se abre la puerta y yo cierro los ojos.

(...)

Cuando me digno a despertar, noto en el cielo el atardecer. Me levanto de la cama con la esperanza de encontrar una nota en el escritorio; pero está vacío. Me coloco las botas ninja negras que uso siempre y arreglo mi cabello. En cuanto abro la puerta, me encuentro con una persona que me buscaba.

Un Gélido IncendioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora