1."La importancia de la primera impresión"

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La gente caminaba de un lado a otro arrastrando las maletas por el pulido y brillante suelo del aeropuerto. La multitud se mostraba desorientada y acudía a toda prisa a los pequeños puestos de información como si les fuese la vida en ello. Un chico malhumorado, acompañado de sus padres, esperaba hastiado frente a la puerta de llegadas procedentes de Madrid. Repiqueteó con el pie en el suelo con actitud desafiante, intentando mostrar sin tapujos su pésimo estado de ánimo. Su madre le dirigió una sonrisa encantadora; estaba eufórica. 

—¡Levanta más el cartel, Guillermo!, no vaya a ser que no nos vea —dijo mientras su marido le rodeaba los hombros con un brazo.

«Ojalá no nos vea; eso sería un golpe de suerte», pensó Guillermo. Ladeó la cabeza y, sintiéndose estúpido, alzó las manos todo lo que pudo, se puso casi de puntillas y movió de un lado a otro aquel ridículo cartel, en el que se leía en letras grandes y redondas: «Somos la familia Diaz, ¡bienvenido a Málaga!». 

Debería haber estado celebrando el inicio de las vacaciones navideñas con sus amigos; sin embargo, se encontraba allí anclado con la ridícula pancarta, esperando la llegada de un completo desconocido, gracias a que sus adorables padres habían decidido acoger en casa a uno de esos estudiantes de intercambio, para su suerte era Español como el, de Madrid para ser mas exactos. Al menos esperaba que fuera guapo. Si Guillermo era abiertamente homosexual y sus padres lo aceptaban tal y como era.

—Como esperemos más, celebraremos el fin de año en el aeropuerto —farfulló con un deje de aburrimiento. Su madre le dirigió una mirada de desaprobación. 

—Compórtate con nuestro invitado, Guillermo —ordenó respaldada por los continuos asentimientos del padre con la cabeza—. Pasará un mes con nosotros, así que, lo quieras o no, tendrás que llevarte bien con él.

—Entonces, ¿se supone que el famoso inquilino queda bajo mi protección? Si es así no durará ni dos días con vida. Al menos espero que sea guapo para por lo menos pensar si ayudarlo o no —espetó, y soltó un bufido. 

sshhh -El señor Diaz le indicó que guardase silencio. Guillermo alzó la vista hacia la puerta de llegadas, por donde había comenzado a salir gente. 

Todos le parecieron raros, estrafalarios o indignos de entrar en su casa. El joven era bastante reservado (contrariamente a sus solidarios padres) así que no simpatizaba con la idea de tener que convivir con un extraño; más bien le aterrorizaba. Estaba seguro de que, por callado e invisible que fuese aquel español, se sentiría invadido e incómodo. 

Se giró sorprendido cuando unos dedos firmes y seguros golpearon suavemente su hombro derecho. Miró de arriba abajo al chico que se encontraba frente a el y le dedicaba una mueca desagradable. Tenía el cabello castaño y bien peinado hacia arriba ya que lo tenia corto y Guillermo no pudo evitar concentrarse en la barba que aquel chico llevaba, nunca fueron de su agrado las barbas pero verla en aquel chico le produjo que le gustaran un poco mas. En el rostro de aquel chico destacaban unos llamativos ojos cafés y penetrantes. 

Yo... soy Samuel.

—Tu eres el estudiante que...? —comenzó a preguntar Guillermo, pero fue interrumpido rápidamente por su efusiva madre. 

—¡Samuel! ¡Ya pensábamos que no llegabas, cariño! —La señora Diaz lo estrechó entre sus brazos, con lo que despertó de inmediato el desagrado del joven, que un tanto arisco, no disfrutó demasiado aquel confiado contacto físico.

—Encantado —dijo el padre de Guillermo, al tiempo que le estrechaba calurosamente la mano—. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar estas vacaciones; te hemos preparado una habitación, espero que te guste. Apenas tardaremos en llegar a casa, está a veinte minutos en coche. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora