Lucecillas de todos los colores posibles parpadeaban desde árboles, carteles y escaparates. Frondosos abetos navideños se extendían por las aceras. Los niños chillaban alegres, correteando por las calles. Los abuelos se sentaban en los bancos del paseo, agotados tras varias horas de caminata, y algunos jóvenes se picaban con las motos, derrapando por la calzada. Y allí, entre aquel armonioso paisaje navideño impregnado de felicidad, caminaban tres jóvenes tremendamente diferentes entre sí con la esperanza de encontrar los regalos para sus familias.
¿Falta mucho? —preguntó Karol, y saco un cigarro dispuesta a prenderlo.
Ya casi estamos —contestó Guillermo.
Guillermo se sentía agobiado aun antes de empezar. A la derecha caminaba su hermana; las rastas se alzaban arriba y abajo al compás de sus pasos. A la izquierda se encontraba Samuel, que miraba alrededor con los ojos bien abiertos, a la espera de descubrir, seguramente, la tienda más cara de toda la ciudad. Supo de antemano que iba a ser un día largo, demasiado largo.
Esto es un asco —se quejó el castaño. Ya estaba tardando. Guillermo casi agradeció escuchar sus protestas, pues empezaba a pensar que algo raro le ocurría. Le ignoró, sintiéndose más tranquilo.
A mí tampoco me gusta ir de tiendas —añadió Karol.
Samuel arrugó la nariz —No lo decía por eso —aclaró—, es solo que todas estas tiendas parecen de segunda mano. —Se paró frente a un escaparate y señaló una bonita camisa a cuadros que costaba cincuenta y siete dólares—. ¿Ves?, ¿de qué mierda está hecha para que sea tan barata? Seguro que destroza e irrita la piel.
¿Es que pretendes que la gente se gaste el sueldo del mes en una camisa?
Guillermo se cruzó de brazos. Karol se quedó atrás, acariciando a un alegre perro que pasaba a su lado.
Que ganen más, ¿a mí qué me cuentas? —replicó Samuel, frunciendo el
ceño—. Solo mis calzoncillos ya son más caros que esa prenda —añadió.Guillermo rió —¿Tus calzoncillos valen sesenta dólares?
He dicho que más, sordo. Unos cien dólares.
¿Es que tus partes íntimas son de oro o qué?
Eh macho no hables de esas cosas — Samuel sintió cómo comenzaba a sonrojarse levemente, avergonzado.
Guillermo era demasiado descarado para su gusto —¡Oh, tienes la cara roja! —Le señaló, todavía riendo.
El castaño le miró asqueado —¡Pues mira, sí, mis partes íntimas son tan valiosas para mí como para protegerlas con un buen material!
Karol se despidió del perro y se acercó a ellos, sonriente tras el último comentario, pero sobre todo curiosa —¿Con qué las proteges?
Con calzoncillos, como todo el mundo, pero de seda. Son exclusivos y me los traen de Italia.
Ah. —Karol le miró sin saber qué decir— Yo no uso ropa interior.
Los tres guardaron un incómodo silencio. Se miraron fijamente unos instantes. Intentando olvidar las palabras de Karol, avanzaron despacio entre el gentío, más callados que antes y quizá más pensativos. Samuel procuraba esquivar la cantidad de obstáculos que se cruzaban a su paso. Niños en monopatín, sin casco ni rodilleras; ancianos que apenas avanzaban tres centímetros por minuto; señoras locas por las compras, que parecían conocer aquel centro comercial mucho mejor que él... Se giró hacia Guillermo —¿Qué piensas comprarles a tus padres? —le preguntó.

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Muerdago
Teen FictionSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...