3. ¡Adjudicado!

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El resplandor del sol se filtraba tímidamente entre las nubes blancas, que parecían esponjosos trozos de algodón surcando el cielo. Guillermo agachó la cabeza y caminó a paso rápido por el camino pedregoso frente a el, escuchando malhumorado los continuos suspiros de su compañero.

¿Puedes dejar de hacer eso? —exigió, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón vaquero.

¿Dejar de hacer qué? —le preguntó Samuel con fingida inocencia.

Resoplar, bufar, suspirar...- Le miró de reojo. 

¿Acaso en Málaga está prohibido hacerlo? —Emitió un chasquido de fastidio casi imperceptible— Y luego dicen que estamos en un pais libre y ni respirar se permite. Guillermo le miró asqueado y reanudó la marcha. 

No está prohibido, pero a mí me molesta. Samuel rió con ganas. 

Me molesta esto... me molesta lo otro... —le imitó—. A mí en realidad me molesta tu cara y no me quejo—Dijo Samuel con tono burlesco. 

¡Oh, usted perdone, Rey de la Belleza, olvidaba que eres el hermano gemelo de Brad Pitt! —replicó irónico y poniendo los ojos en blanco.

Gracias por el halago —respondió Samuel con un deje de satisfacción. Guillermo se cruzó de brazos consternado. 

¡Era una broma, no iba en serio! —Agitó las manos en alto para dar énfasis a sus palabras. Samuel sacudió la cabeza de un lado a otro, negando. 

Ahora no intentes arreglarlo —le aconsejó—. Has admitido que soy atractivo y punto. No te sientas culpable por ello —añadió guiñándole un ojo. 

Guillermo se llevó las manos a la cara y se frotó la frente totalmente desesperado. Gimoteó, pataleando en el suelo. —¡Dios mío, esto es una pesadilla! —exclamó apenado. Samuel sonrió con más ganas que nunca. 

Y eso que solo acaba de empezar... —le recordó, haciendo hincapié en el asunto. 

¡Cállate! —gritó Guillermo, nervioso.

Samuel simuló cerrar la boca con una cremallera invisible y lanzar la inexistente llave hacia el prado de al lado. Después respiró hondo, cerró los ojos con placer tras llenar los pulmones de aire y lo soltó todo de golpe. 

¿No te parece que es hora de regresar a casa? —preguntó Guillermo pasados diez minutos. Samuel le miró feliz, pero no dijo nada. 

¡Contéstame! —exigió, un Guillermo furioso. 

Samuel se señaló los labios sellados, divertido al conseguir que su compañero estuviese a punto de entrar en un peligroso estado rayano en la histeria. Guillermo se cruzó de brazos, medio riendo más de pena que de alegría.

Tú estás fatal, eres un enfermo —le dijo—, pero tranquilo, yo te ayudaré a hablar. 

Se dibujó una mueca de horror en el rostro de Samuel cuando Guillermo le pisó el pie decidido, dejándose caer sobre el pulcro zapato del joven castaño. Él no pudo evitar gritar y empujo al pelinegro lanzándolo lejos.

Pero ¿qué haces, estúpido? —chilló— ¡Me has ensuciado el zapato!—Guillermo se mostró satisfecho. —¡Dame un pañuelo ahora mismo! —exigió con un tono autoritario. El pelinegro negó lentamente con la cabeza, saboreando el momento. 

No llevo nada encima —le informó. Sus pupilas, brillantes de emoción, se agrandaban conforme el rostro de Samuel se ponía más y más rojo.

Vale, volvamos ahora mismo a la casa embrujada —indicó él, cambiando de dirección. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora