19."Instinto salvaje II"

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Dame el teléfono del supermercado —le pidió Samuel.

¿Qué...?, ¿qué piensas hacer, pequeño demente? 

Pediré que traigan a casa masa de canapé preparada.

Guillermo se cruzó de brazos y le miró como si acabase de volverse completamente loco. Suspiró largamente —Mira Samuel, en el diminuto supermercado de la urbanización no hacen pedidos a domicilio. 

Entonces esta vez será la excepción —repuso el castaño, sonriente— Venga, no me cuentes historias y dame el teléfono.

El pelinegro puso los ojos en blanco, antes de desaparecer hacia el comedor en busca de la guía telefónica. Allí se encontró con su hermana, Esko y Louis, que reían sin cesar mientras veían anonadadas el programa ¿Quién quiere ser millonario? Guillermo no encontró la gracia del asunto y supuso que ya habrían fumado más de la cuenta. 

¿Estás con tu amiguito? —le preguntó Karol, dirigiéndole una sonrisa ligeramente maliciosa.

No es mi amiguito —repuso Guillermo— Y, en el remoto caso de que lo fuera, no sería asunto tuyo. 

Mientras os lo sigáis montando sobre la alfombra del comedor, será asunto mío —le indicó su hermana—. ¡En esta casa tenéis habitaciones de sobra para hacer gorrinadas, no hace falta que nos restreguéis vuestra feliz vida sexual! —gritó, y después rió atropelladamente, acompañada por las estridentes carcajadas de las otras dos.

Karol, creo que deberías dejar de fumar. 

¡Pero si la fiesta solo acaba de empezar! Espera a que lleguen los demás...

Guillermo cogió la guía telefónica y salió de allí dando un fuerte portazo. Estaba cabreado con el mundo en general. Samuel tenía la culpa de todo. Antes de que el castaño llegase allí a pasar las vacaciones todo había ido sobre ruedas, sin problemas. Ahora, contrariamente, las cosas comenzaban a torcerse más de lo debido. 

¿Ya tienes el maldito teléfono? —preguntó Samuel en cuanto el pelinegro entró en la cocina.

Sí, aquí lo tienes —contestó Guillermo, lanzándole la gruesa guía telefónica. 

Samuel logró cogerla al vuelo, pero dio un paso atrás, asustado—¿Quieres matarme? —Hojeó las páginas de la enorme guía—. ¿Y cómo narices pretendes que encuentre aquí el número del  supermercado? ¡Búscalo tú! 

Le tiró la guía, que de nuevo voló por los aires como si se tratase de una pelota de goma. Guillermo no consiguió alcanzarla y retumbó estridentemente sobre el suelo de la cocina —¡Estúpido! —le gritó al recogerla. 

Guillermo respiro agitado, mientras buscaba el teléfono del supermercado y prometió que, una vez lograse preparar adecuadamente el cumpleaños de Karol, también se dedicaría a celebrarlo por todo lo alto. Pensaba darse la fiesta de su vida. Es más: necesitaba urgentemente esa fiesta. Debía despejarse de todos aquellos insufribles días.

Aquí lo tienes —le dijo cuando lo encontró y se lo señaló con la punta del dedo. 

Samuel sonrió satisfecho. Cogió el teléfono, marcó el número y esperó una respuesta —¿Oiga?, ¿hablo con el supermercado? —preguntó— Ah, perfecto. Soy el señor Samuel De Luque, me gustaría hacerles un pedido a domicilio. 

Guillermo le observó mientras él permanecía en silencio, escuchando al parecer las palabras de uno de los encargados. 

Ya sé que no tienen ese servicio para clientes, pero pienso que podría hacer una excepción. —Suspiró el castaño— Verá, las excepciones suelen ser bien recompensadas, usted ya me entiende...

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora