Un nuevo amanecer, un nuevo día.
Guillermo descorrió las cortinas, dejando que la luz del sol bañase la habitación de un suave tono dorado. Se arreglo un poco el cabello negro que se había despeinado sobre su frente antes de comenzar a vestirse. Entonces lo oyó. Como todos los años, su padre les abrumaba con distintos villancicos navideños, repitiendo las canciones una vez tras otra. Suspiró pesadamente mientras abría la puerta de su cuarto, y las notas de la canción se hicieron más intensas.
«Navidad, Navidad, dulce Navidad...»
—¡Papá, apaga eso de una vez, por favor! —gritó, a pleno pulmón, asomándose por el semicírculo de la escalera.
El señor Diaz le dedicó una mirada acusadora desde el piso inferior, cruzado de brazos —Todas las navidades dices lo mismo, Guillermo. No pienso quitarlo. Escucharemos villancicos, es la tradición.
El chico se tapó los oídos con las manos. Su padre parecía realmente feliz, sonreía de oreja a oreja, con su acostumbrado batín granate anudado alrededor de la cintura y con las alpargatas de andar por casa. Suspiró abochornado.
¿No podrías bajar un poco el volumen?
¡No! ¡Quiero que todos lo escuchéis y os llenéis del espíritu navideño! —Alzó las manos y las movió al son de la canción. Después comenzó a tararearla alegremente antes de desaparecer en dirección a la cocina.
La puerta contigua a la de Guillermo se abrió de golpe, y Samuel salió como un huracán enfurecido, vestido con su ridícula pijama de gris. Miró con asco al muchacho.
Pero ¿qué es esa mierda que acaba de despertarme?
Villancicos.
No me gustan los villancicos —aclaró el castaño.
Tío ¿Y a mí qué me estas contando?
Es tu casa; está en tus manos poner fin a esta tortura.
Guillermo resopló, airado. Definitivamente, no podía hacer nada al respecto; de lo contrario su padre le odiaría por toda la eternidad. Se preparó mentalmente para pasar una de las mañanas más insufribles de su vida. La señora Diaz salió del cuarto de baño y le dio una palmada a Samuel en la cabeza afectuosamente.
¿Qué tal has dormido, cielín? —preguntó melosa.
Bien. —Le sonrió tímidamente, antes de que Abigail se marchase escaleras abajo a toda prisa.
Guillermo observó la divertida escena —¿Noto que empiezas a sentir cierto cariño hacia mi madre o son solo imaginaciones mías?
Samuel le miró hoscamente desde el otro lado del pasillo —¿Y yo noto que esta mañana eres aún más feo de lo habitual o será que hasta el momento no me había puesto las lentillas...? —replicó burlón.
¿Llevas lentillas?
¡Claro que no! Mis ojos son perfectos. —Pestañeó con afectación— Jamás tendrás unas pupilas tan maravillosas como las mías.
¡Ja! Siento decirle, mi señor, que sus ojos son un tanto... repugnantes. Espero que no tome en cuenta mi osadía al hablarle de tal modo, ¡oh, caballeroso conde Samuel De Luque de inigualable belleza! —Guillermo hizo una reverencia a modo de burla cuando terminó su anticuado discurso, que no pareció agradar al castaño.
Deja de intentar hablar como si aún quedase en ti un atisbo de elegancia. Eres puro vulgarismo, chino.
¡NO ME LLAMES «CHINO»!
Samuel sonrió agudo, con sus ojos color café brillando en exceso —Lo que tú digas, chino.
¡Uf...! ¡Cómo te odio!
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Muerdago
Teen FictionSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...