32."Lista de deseos"

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Cuando llegaron a casa, Samuel estaba a punto de sufrir un infarto. Solo habían hecho dos descansos durante todo el trayecto, tenía un hambre voraz, puesto que habían olvidado coger los bocadillos que Karol llevaba en su mochila, y el esfuerzo de las horas de caminata había sido mortal para él, que no estaba acostumbrado a caminar a ese ritmo. Mientras Guille abría la puerta, Samuel se llevó una mano al cuello para tomarse las pulsaciones. 

—Francamente, no sé si me quedan fuerzas siquiera para escribir mi lista. 

Tras entrar, encontraron a la señora Diaz en la cocina preparando la comida—Pensé que llegaríais por la noche o mañana. —Le sacudió el pelo a Samuel con cariño— Qué alegría teneros aquí de vuelta; a propósito, ¿dónde está Karol? 

—Ella se ha quedado con los demás en el lago, nosotros hemos decidido volver antes. 

—Ah, ¿os ha pasado algo?, ¿habéis vuelto a discutir?

—Mamá, será mejor que no hagas más preguntas. —Guillermo sonrió y le dio un beso en la mejilla. 

—¿Os preparo algo de comer entonces?

—Sí. 

—No —le contradijo Samuel— tenemos planes, comeremos fuera.

El mayor cogió a Guille del brazo y lo guió hasta el piso de arriba. 

—¿Qué pasa?

—Nada. Nos vamos a comer a un buen restaurante, es mi primer deseo de la lista —dijo Samuel— cámbiate de ropa y coge papel y lápiz. Tienes cinco minutos —añadió antes de entrar en su habitación y cerrar la puerta. 

Guillermo se sentó sobre la cama y después se dejó caer hacia atrás. Iban a ser dos días intensos. Había muchísimas cosas que quería hacer con Samuel, y su mente comenzaba a divagar pensando en los futuros deseos que escribiría en su lista. Cerró la puerta de su habitación con cuidado, abrió el armario y comenzó a pensar en qué ropa ponerse; al fondo, bajo una sudadera, vio el regalo de Samuel y recordó que tras la discusión ocurrida durante el día de Navidad no habían llegado a intercambiar sus regalos. 

Comenzó a dar pequeños saltitos por la habitación intentando subirse los vaqueros, que parecían haber encogido después del último lavado. Cuando estuvo completamente listo respiró hondo intentando no pensar demasiado en los rápidos acontecimientos de aquellos días, que habían dado un giro inesperado a su vida rutinaria. Finalmente salió de la habitación; Samuel estaba esperándole apoyado en la barandilla de la escalera con una pose elegante que le caracterizaba a la perfección. 

—¿Dónde quieres ir a comer?

—Ya lo verás. —Sonrió— He llamado a un taxi, nos está esperando en la puerta. 

Media hora más tarde, cuando bajaron del taxi, Guillermo reconoció la fachada del lugar; era un carísimo restaurante japonés, el más famoso de la zona. Samuel lo cogió de la mano con firmeza y entró en el establecimiento. Tras el mostrador de recepción había dos mujeres que vestían elegantes túnicas de seda con dibujos florales de estilo tradicional. Sin pensárselo ni un segundo Samuel dejó caer su chaqueta sobre las manos de una de las mujeres, y esta le sonrió como si estuviera agradecida por el hecho de poder servirles.

—Guille, vamos, dale tu chaqueta. 

—Ah, sí, sí, claro...

Sintiéndose sumamente extraño logró quitarse la chaqueta y entregársela a la señora sonriente, después esta se inclinó ligeramente a modo de reverencia y se dirigió hacia el guardarropa. La otra mujer abandonó el mostrador y les condujo lentamente por el restaurante hasta una de las mesas e incluso apartó ella misma las sillas donde debían sentarse, por si Samuel estaba demasiado cansado para realizar una hazaña de tal calibre.

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora