17."Confusión"

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Estoy hasta las narices de hacer mariposas de estas —protestó Samuel, mientras espolvoreaba con canela algunas de las galletas.

No son mariposas, son lacitos—Guillermo le miró serio— No me digas que nunca los has probado... 

Eso es algo obvio. En mi casa no comemos mierda.

¡Los lacitos no son mierda! 

Cierto, tienes razón: solo son un cúmulo de grasa bañado en azúcar. Grasa y más grasa, como conclusión —explicó con ademán reflexivo.

Estás enfermo. 

El castaño se encogió de hombros —Es complicado mantenerme sano si tengo que verte a todas horas; las pupilas, los tímpanos... todo acaba resintiéndose inevitablemente. 

¡Cállate de una vez! ¡Y deja de echarles canela a los lacitos! 

Solo intentaba ocultar la aceitosa realidad.

Acababan de comenzar a preparar los primeros detalles del cumpleaños de Karol, y Guillermo ya se sentía agotado. Soportar a Samuel era peor que moldear y hornear quinientos lacitos con canela. Desde que el castaño había descubierto que acudirían a la celebración todos los amigos de Karol, se había propuesto un reto: conseguir decir más de diez estupideces por minuto que sacasen de quicio a Guillermo. Y, al parecer, lo estaba logrando. 

Bien. Ya está. —Guillermo se quito el sudor que caia por su frente y se ensució la cara de harina— Ahora enchufa el horno.

¿Cómo se hace eso, señorito... Casper? 

¿Casper?

Te has manchado de harina, parece que acabas de disfrazarte de fantasma para ir a un carnaval —El castaño enarcó las cejas—, aunque... por otra parte... 

Da igual, mejor no añadas nada más. —el pelinegro le dio un empujón al pasar por su lado y encendió el horno.

Como decía, por otra parte... la suciedad actúa como barrera impidiéndome ver tu cara. Y supongo que eso es bueno. 

El pelinegro bufó, esparciendo aún más el desastre desatado en la cocina, y se cruzó de brazos —No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad? 

Exacto. Es uno de mis dones: siempre tengo algo que decir. Soy un chico listo. 

No sé qué concepto tienes tú de lo que significa realmente ser «un chico listo», cualquiera diría que estás como una regadera, en el caso más optimista.

¿Como una regadera? Perdona, pero no he entendido la metáfora. 

No importa, ni siquiera quiero que la entiendas —farfulló Guillermo  bruscamente.

Se quitó el delantal y lo dejó sobre la encimera de la cocina. Por una parte, Samuel tenía razón. Tras la elaboración de los famosos lacitos, Guillermo estaba sucio, despeinado, cansado y asqueado, mientras que el castaño parecía recién salido de la ducha. Misteriosamente, ni siquiera llevaba restos de masa o harina entre sus perfectas uñas. Estos fenómenos inexplicables hacían que se sintiera en desventaja. 

Bueno, ahora, si no es mucha molestia, creo que subiré a mi habitación y dormiré un poco... —anunció Samuel, y bostezó con disimulo.

Pero ¿qué dices? ¡Si todavía no hemos preparado nada! 

Samuel le miró confundido —¿Qué intentas decir, pringao? —preguntó, arrugando la nariz; la última palabra sonó áspera y con un deje de hastío. 

Preparar el cumpleaños nos llevará horas, Samuel—le informó— Y no me llames pringao, vale. 

¡Ni lo sueñes! Te dejo a ti el puesto de jornada completa, yo prefiero hacer media jornada y... creo que ya he cumplido con mi trabajo. —Sonrió ampliamente—. Me voy a echar la siesta.

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