10."El grupo circense "

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Caminaron por la solitaria avenida de la urbanización hasta la casa de Eva. Guillermo estaba a punto de llamar al timbre cuando Samuel alzó una mano para detenerlo.

Hagamos un pacto —le pidió el castaño— Si tu amiga loca intenta desnudarme me defenderás. No puedes dejarme solo. 

¿Y qué recibo yo a cambio de protegerte?

¿Es que no puedes conformarte con mi cara bonita? —le reprochó Samuel, señalándose el rostro. 

El trato no me convence, lo siento. —Se encogió de hombros el pelinegro.

El castaño se inclinó hacia el pelinegro peligrosamente. —Tu madre dijo que teníamos que ser como uña y carne —le recordó— Yo seré la carne, obviamente es más suave. Tú serás la uña sucia. Tenemos que obedecer a la señora Diaz. 

¡Ni en tus mejores sueños! Me da absolutamente igual lo que mi madre diga.

Samuel insistió, contrariado —¡Pero soy tu protegido, Guillermo! —explotó, con gesto apenado— No puedes abandonarme a la deriva con la fiera de Eva, ¿acaso no te has fijado en cómo me mira? Sus pupilas se clavan en mis partes bajas como cuchillos; apuesto lo que sea a que a esa le va el sadomasoquismo. 

No exageres, Eva es una buena chica. No te pasará nada —concluyó el pelinegro, pulsando el interruptor del timbre. Se oyó un sonoro «ding dong».

Son las campanas de mi funeral —susurró Samuel. 

Se arrepentía muchísimo de haber caído en la trampa de Frank. Él no quería estar allí, hubiese preferido pasar la noche calentito en su cama, lejos de todos aquellos monstruos a los que no lograba comprender. Tenía miedo. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho cuando Eva abrió la puerta, ignoró totalmente a Guillermo y fijó sus ojos azules en los ojos cafés de Samuel, que dio un respingo hacia atrás al oír su aguda voz.

¡Samuel! ¡Has venido! ¡Ya pensaba que no llegaríais! Pasad, pasad... —les indicó, haciéndose a un lado. 

El mayor se inclinó hacia Guillermo. Dentro de lo malo malísimo, el pelinegro era lo menos malo malísimo por simple comparación. El listón estaba alto, rozando el límite de lo humano.

Conviértete en mi hermano siamés durante el resto de la noche —le rogó. 

Como no te calles, me convertiré en tu hermano perdido —amenazó Guillermo, aunque disimuló ante la atenta Eva, que les observaba cruzada de brazos.

En cuanto se despistó, su amiga asió del brazo a Samuel, que la miró aterrorizado como si aquella fuese la mayor de todas las catástrofes posibles. Guillermo rió por lo bajo y se dijo que, en realidad, su compañero tenía verdaderas razones para estar asustado. Dentro se encontraban los demás. Samuel clavó su mirada en la de Frank, que le observaba receloso. Seguramente había supuesto que no iría, pero ahí estaba él, manteniéndose firme a pesar de la apocalíptica situación, dispuesto a arrebatarle su falsa corona. 

¿Cómo va la noche? —preguntó Samuel, dirigiéndose a todos en general.

Alexby jugaba a la PlayStation con los otros dos chicos Miguel Ángel y Ruben, los tres le saludaron levantando la mano. Claudia, acompañada por otra chica llamada Beatriz, también se dignó contestar con un simple «bien», contrariamente a Frank, que solo se quitó una pelusilla de su chaqueta de piel. Curiosamente, a pesar de estar bien consideradas, a Samuel nunca le habían gustado las chaquetas de piel. No le agradaba eso de llevar animales encima como en la Edad de Piedra. Obviamente, el neandertal de Frank no opinaba lo mismo.

Eva se sentó en el sofá y cruzó las piernas de un modo seductor. Samuel sintió un escalofrío. La joven golpeó con la palma de la mano el sitio que quedaba libre a su lado. — Samuelito, cielo, siéntate aquí —le indicó. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora