22."Samuel se supera a sí mismo"

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A pesar de que apenas eran las seis de la tarde, ya había caído la noche y las estrellas temblaban en la oscura bóveda del cielo. Samuel respiró hondo y se colocó bien los guantes de lana. Hacía mucho frío.

—¿Por qué tarda tanto en llegar nuestro taxi? —preguntó, anclado en la acera frente a la casa de Guillermo. 

El menor terminó de atarse los cordones de las zapatillas antes de mirarle consternado—Samuel, cielo, no vamos a ir en taxi —le explicó este— Estamos esperando a... la limusina o, tal como lo llamamos el resto de los mortales, el autobús. 

Samuel le dedicó una mueca de asco y dio un paso atrás hasta apoyar la espalda contra la valla de los vecinos —¡No pienso montar en otra de esas cosas salidas del infierno! —chilló, mientras negaba con la cabeza para darle más énfasis a sus palabras— Y no vuelvas a llamarme «cielo». 

—Oh, lo he dicho sin pensar. ¡Lo siento, Alteza!— dijo Guille.

—Pues piensa, Guillermo, piensa —concluyó él, tocándole la cabeza con la punta de uno de sus largos dedos. 

El menor tragó saliva despacio, nervioso, y se preguntó por qué demonios le había dicho a Samuel aquella palabra. «Cielo»... El castaño podía llegar a ser muchas cosas, pero desde luego no un pedacito de cielo. La palabra «cielo» connotaba un significado angelical o adjetivo como bondad, ternura o humildad. Y todos esos adjetivos eran antónimos de la verdadera personalidad de Samuel.

Pasados unos confusos instantes, Guille empezó a sentirse idiota, ¿qué narices hacía meditando sobre posibles motes cariñosos que utilizar con Samuel? Se dijo que aquello era demasiado y se prometió mentalmente no pensar en más tonterías del estilo. 

—¿Llamamos a ese taxi hoy o esperamos a que amanezca?—El tono irónico de Samuel le devolvió al cruel mundo real. Se cruzó de brazos a la defensiva mientras el castaño le miraba atentamente, esperando que el tomase las riendas de la situación. 

—¿No te he dicho ya que vamos a coger el autobús? 

—Sí. —Sonrió falsamente— ¿Y yo no te he dicho ya que no pienso poner un pie en otra de esas limusinas cutres?

—Samuel, en serio, ¿por qué no te propones cerrar esa maravillosa bocaza que tienes y divertirte un rato? 

—Ya sé que es maravillosa —contestó—. Y sí, pienso divertirme, pero antes dame el número de un taxi, yo mismo llamaré si hace falta.

—Oh, increíble, ¡piensas marcar un número de teléfono con tus propios dedos! Felicidades —comentó Guillermo, malhumorado y buscando su propio móvil para darle el número del taxi. Como era de esperar, Samuel llamó y exigió que les recogiesen allí mismo. Fue una suerte que el coche no tardara demasiado en aparecer, pues empezaban a helarse de frío en medio de la calle, y el silencio que les acompañaba era un tanto incómodo para los dos. 

Una vez se encontraron dentro del confortable taxi, Guille le indicó al simpático conductor adónde querían ir y se pusieron en marcha. El menor ladeó la cabeza y observó de reojo el rostro de Samuel. Era adorable, especialmente cuando mantenía la boca bien cerrada. Tenía los labios bonitos... Guille dio un respingo en su asiento ante la gélida mirada que Samuel le dirigió de pronto, descubriendo que ella le observaba.

—¿Qué miras? 

Guillermo se preguntó si en una relación normal entre dos personas el novio haría esa misma pregunta cuando pillase a su enamorada contemplándole bajo el silencio de la noche. Seguramente no. Lo más probable era que el chico se girase y le dirigiese una tímida sonrisa avergonzada antes de que sus mejillas comenzasen a tornarse ligeramente rojizos. Pero no era el caso: Samuel parecía más bien enfadado.

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