Guillermo, no te vas a creer lo que pasó anoche! Estuve con tu amigo que...
Karol dejó de hablar en seco cuando descubrió dos bultos que se incorporaban en la cama. Abrió los ojos, sorprendida. Una risita tonta escapó de sus labios —¡Oh, vaya! Veo que Samuel se lo siguió pasando en grande después... —Sonrió pícara, ladeando la cabeza— ¡Qué marcha lleva el chaval! Es todo un semental.
Samuel parpadeó confundido, mirando como loco a su alrededor. Le escocían mucho los ojos. Se topó con la encorvada silueta de la Mendiga —¡Karol ha resucitado! —explotó el castaño, admirado.
¿Eh? —Karol enarcó las cejas.
Por cierto... —Samuel parecía confundido— ¿Qué narices hacéis en MI cuarto?
Guillermo se sentó en la cama y se apoyó en la cabecera. Bostezó. Después observó a Samuel de reojo, sin demasiado interés —Perdona, idiota, pero este es mi cuarto —aclaró.
El castaño se destapó rápidamente, mirándose a sí mismo de arriba abajo. Karol reía en el otro extremo de la habitación —¡Y llevo el pijama puesto del revés! ¿Qué me has hecho, Guillermo?, ¿qué me has hecho?
El pelinegro resopló, molesto, mientras se ponía unos coloridos calcetines —Pero ¿qué dices, macho? Fuiste tú quien se abalanzó anoche sobre mí, y me miraste con esa cara de barbudo feliz; dijiste que te daba miedo dormir solo.
La habitación quedó sumida en un incómodo silencio que Karol rompió sin miramientos —Bueno, vamos al grano... ¿te lo tiraste o no?
¿Tirar?
¿No recuerdas si mojaste? —Se tocó una rasta distraída, y Samuel torció
el gesto.¿Mojar?
Guillermo se levantó de la cama, se anudó el batín alrededor de la cintura y quitó algunos trastos que reposaban sobre la silla del escritorio —Karol, no pasó nada. —Se frotó la frente— ¿Se puede saber que hiciste ayer? Eres una irresponsable.
Su hermana se encogió de hombros —Pues que montamos una buena bacanal entre el señor Porro, Samuel, don Alcohol, mister Wisky y yo —Sonrió orgullosa—; el perro se lo pasó en grande.
¿Qué? —Guillermo alzó los brazos alarmado.
¡Pero no te preocupes! Mister Wisky está ahí, tirado en el pasillo. Le he tomado el pulso y sigue vivo. O eso parece.
¡Uuuh, mi cabeza...!
Guillermo se giró y reparó por primera vez a Samuel, que se tambaleaba intentando levantarse de la cama como si fuese un niño de un año aprendiendo a caminar. El mayor estaba más pálido, tenía el cabello revuelto y despuntado y sus ojos cafes ya no se mostraban malévolos, sino más bien tristones.
Veo la luz... la luz... —gimoteó Samuel— Es el fin. Me muero —añadió, a punto de sollozar.
Solo he apartado la cortina y están entrando los rayos del sol, imbécil; no tienes más que resaca.
¿Qué? ¡Estoy enfermo!
No es una enfermedad, es un efecto secundario.
¡Tengo un efecto secundario! —exclamó el mayor, preocupado— ¿Dónde están mis analgésicos? ¡Guillermo, muévete!, ¡haz algo!
Karol rió nuevamente. Cogió la ropa sucia que su hermano le tendía para bajarla al cuarto de la lavadora y le guiñó un ojo al castaño —¡No pasa nada, tronco! —le animó— Yo he pasado muchas de esas, al final te acostumbras. Eso no es nada.
ESTÁS LEYENDO
Muerdago
Novela JuvenilSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...