33."Sí, quiero" (Final)

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La noche había caído. Guillermo montó en el coche de su padre, y Samuel se acomodó en el asiento del copiloto y se abrochó a toda prisa el cinturón. 

—¿Por qué nunca me has dicho que tenías el carné de conducir? 

El pelinegro se encogió de hombros como toda respuesta mientras ajustaba el espejo del retrovisor. Se pusieron en marcha poco después.

—¿Tú no tienes todavía el carné? 

—No, acabo de cumplir los diecinueve —le recordó— En Madrid no permitimos que niños de dieciocho años recién cumplidos circulen por las calles a su antojo.

Samuel no confiaba demasiado en el modo de conducir de Guillermo, era similar al de Karol; al parecer la falta de calma frente al volante era un problema familiar —¿Sabes...?, estaría bien que parases cuando hay una señal de stop o un semáforo en rojo. 

—Ya, pero por aquí no pasa nadie, créeme —replicó el menor. Encendió la radio del coche y comenzó a cantar entusiasmado. Samuel se esforzó por no gritar y bajar del vehículo a toda prisa como último recurso para salvar su vida —¡Relájate!— 

—¿Falta mucho para llegar?

—No. Y deja de aferrarte al asiento, me pone nervioso.

—¡Mis nervios están a punto de estallar en mil pedazos, así que no me hables de los tuyos!

—¡Samuel, si sigues gritándome acabaremos teniendo un accidente de tráfico! 

—¡No me extrañaría! ¿Crees que han puesto aquí estos semáforos para decorar las calles con lucecitas de colores porque es Navidad?

Guillermo ignoró sus comentarios durante el resto del trayecto. Samuel se tranquilizó cuando el menor disminuyó la velocidad y se aproximaron hacia un cartel gigante protagonizado por una hamburguesa. 

—¿Adónde me llevas?

Guillermo frenó cuando llegaron al carril adecuado, donde había una enorme fila de coches —¡Bienvenido a McDonald's! 

—¡Santo Dios! —Samuel se llevó una mano a la cabeza— ¿Te has vuelto loco? Ante esto no pienso ceder, y me da igual que sea el deseo de tu vida.

Guillermo dejó de contestar la infinidad de improperios que Samuel le dedicó y avanzó por el carril del McAuto, hasta que llegaron a la ventanilla principal. Pidió dos menús y apenas unos minutos después le entregaron la comida con un «gracias por su visita, vuelva pronto». 

—Nunca volveremos —le dijo Samuel a la joven empleada, serio y sin apenas pestañear.

Guille pisó el acelerador a toda prisa, evitando así que Samuel originase más problemas. Estacionó el coche en una calle cualquiera y sacó las hamburguesas de la bolsa de cartón —Veamos... esta es para ti —comentó al tiempo que se la tendía a Samuel. Él la miró con asco y la apartó a un lado— Y aquí están las patatas y la bebida. 

—Guillermo, en serio, todavía no has entendido que soy vegetariano y que odio la comida grasienta.

—Tú no has entendido esta tarde que visto de otra manera y que no me ha gustado la tienda a la que me has llevado. 

—Pues si estabas guapo chaval..

—Tú también estarías muy guapo comiendo hamburguesas. 

—No me hagas esto, por favor.

A Guille le dio pena que Samuel terminase dejando atrás todo su orgullo y suplicando de mala manera —Está bien —suspiró— pero solo un pequeño bocado para probarla. Y las patatas te las comes sí o sí. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora