Armoniosos rayos de sol se filtraban por la persiana de la habitación, iluminando su rostro. Samuel sonrió cuando despertó y se desperezó en la cama, estirando enérgicamente los brazos mientras escuchaba el canto de algunos gorriones.
¡Príncipe Samuel de Camelot! —gritó Guillermo tras la puerta. El castaño frunció el ceño, aturdido tras el brusco cambio de aquel despertar— ¡Arrastra tus posaderas hasta la cocina, es la hora del desayuno! ¡Ah, no olvides los leotardos, que hace frío!
El rostro de Samuel se tornó agrio cuando oyó la maliciosa risita del pelinegro, que, a paso apresurado, bajaba las escaleras hacia el piso inferior. Se incorporó en la cama, molesto, recordando dónde se encontraba. Acostumbrado a tomar la primera comida del día en pijama, bajó tal cual a la cocina, donde la familia Diaz se encontraba sentada a la mesa. El padre estaba leyendo el periódico, mientras que Abigail regañaba a Karol porque, al inclinarse, las rastas se le metían en el tazón de leche.
Mamá, pero ¿qué más da? —le reprochó Karol.
Samuel se sentó en su silla y posó las manos cruzadas sobre el colorido mantel, esperando que alguien le sirviese su desayuno. Como nadie dijo nada, finalmente optó por pedirlo— A mí me gustaría tomar un zumo de naranja natural, sin pulpa, un tazón de copos de avena, un capuchino con chocolate espolvoreado y... Oh, ¿por qué no? ¡Vamos a saltarnos la dieta! También unas tostadas con mantequilla. —Sonrió.
El señor Diaz asomó el rostro por encima del periódico y le miró fijamente. Karol y Guillermo dejaron de engullir cereales y rompieron en una sonora carcajada. Abigail, despreocupada, preparaba el café.
Abre la nevera y mira a ver qué pillas —le dijo el señor Diaz, confundido—. Es que estamos a principio de mes, así que todavía no hemos ido a comprar.
Samuel tardó unos segundos en comprender la situación. ¿Significaba aquello que él mismo debería prepararse el desayuno? ¿E incluso abrir la puerta de la nevera? Nunca había hecho una hazaña de tal calibre. Se sentía ligeramente aturdido; aquellas cosas no cuadraban en su mundo perfecto. Se levantó lentamente y se dirigió hacia la nevera, evaluando aquel montón de chatarra como si fuese a atacarle de un momento a otro. Después, valeroso, posó una mano en el mango y tiró con fuerza. La luz le deslumbró. Parpadeó sin entender. Allí dentro no había absolutamente nada; tan solo quedaban dos manzanas, unos restos de zumo tropical, algunos huevos y unos sangrientos filetes de ternera. Consternado, volvió a cerrar la puerta y se dirigió hacia su silla, con la vista fija en la familia Diaz.
Guillermo se giró hacia él— Venga chaval, no son copos de avena, pero puedes comer Choco Krispies, están buenos —dijo, mostrándose amable por primera vez, como si sintiese pena por él.
Samuel dirigió la mirada hacia la caja de Choco Krispies, de la cual se había apoderado Karol. La hippiosa, tras rascarse la cabeza, metía ferozmente sus garras dentro del paquete de cereales y los sacaba a puñados para engullirlos casi con violencia.
No, gracias. —Sonrió el castaño forzadamente— He oído que es bueno ayunar por las mañanas.
Pero ¿dónde has oído eso? ¡Es mentira! —le reprochó Abigail— ¡Anda, cielo, tómate un cafetito! Y he traído unos bollos de crema de la panadería... ¡moja uno en el café!
Samuel negó con la cabeza, sin saber qué decir— Yo... intento no comer nada que tenga demasiado colesterol.
¡Joder, tío! —exclamó Karol— Ni carne, ni bollos, ni cereales... pero ¿tú de qué vives, macho? Venga, cómete unos Krispies, que están mu' buenos —le aconsejó, masticando con la boca abierta. Ver los trozos de cereales papeados no aumentó el apetito de Samuel.
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Muerdago
Teen FictionSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...