8."Cómo comportarse con desconocidos"

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Abigail estrechó al joven en un fuerte abrazo que por poco le deja sin respiración. Se limpió una lagrimilla que le rodaba por la mejilla izquierda y volvió a abrazarle. 

¡Oh, Samuel, eres un regalo caído del cielo! —gimoteó con afectación— Pero ¿cómo se te ocurre pagar la compra?

El castaño logró escapar de los brazos de la señora Diaz cuando esta se distrajo por el pitido del microondas. Se sacudió la ropa. Guillermo resopló a su espalda, consternado por el comportamiento nada apropiado de su madre. Se dijo que desde luego no tenía ni idea de con quién estaba hablando: con el demonio. Un demonio despiadado e insufrible. 

He decidido encargarme de la compra durante el mes que pase aquí —informó Samuel— Creo que es lo menos que puedo hacer. Y, como usted sabe que mi alimentación es algo compleja, será mejor que me haga responsable de ella. El supermercado me ha fascinado.

Aquello fue suficiente para Abigail, que parecía a punto de explotar de alegría. Ella prometió darle más presupuesto para la compra semanal y añadió que Guillermo le acompañaría cada vez que tuviese que salir, sin siquiera preguntar al aludido. 

¿Sabes? Serías el chico perfecto para mi hijo. —La señora Diaz señaló al chico, apoyado en el dintel de la puerta de brazos cruzados— Es tan desorganizado... tú equilibrarías su desorden.

Samuel tosió. Guillermo también. Se dirigieron una mirada afilada que podría haberse traducido por «Ni en tus mejores sueños seríamos pareja». La madre no pareció reparar en la tensión en los hombros de ambos jóvenes. 

Yo guardaré todo esto —se apresuró a ofrecerse Samuel— He comprado cien Tuperwares para poder organizar adecuadamente la comida.

Oh, increíble. Samuel, eres increíble...

Guillermo cerró los ojos con fuerza y se largó de la cocina. Si su madre continuaba halagándole de aquel modo, solo conseguiría que su ego aumentase más y más —si es que aquello era humanamente posible—. Tenía que encontrar algún modo de fijar un límite, unas reglas de comportamiento que equilibrasen la situación. Aprovechó el resto de la tarde para darse un baño relajante, ya que supuso que Samuel se encontraría ocupado con la distribución de los nutrientes por orden alfabético. 

Sumergió la cabeza en el agua. Después, cuando salió a la superficie, respiró con fuerza. Tenía ganas de ver a sus amigos. Echaba de menos pasar las tardes sentado en un parque cualquiera charlando. Llevarse a Samuel con el y presentárselo a sus colegas no le hacía ninguna gracia. Temía que acabasen apedreándolo. Aunque Frank, un chico que llevaba tras el desde que tenían dieciseis años y que incluso había escrito un libro autobiográfico, se parecía a Samuel en ciertos aspectos. Cabía la posibilidad de que se llevasen bien. Por otro lado, también era probable que, tras conocerse, surgiese entre ambos una especie de competitividad: la lucha por el poder de la estupidez. 

Se vistió lentamente antes de dirigirse de nuevo hacia la cocina. La nevera estaba repleta de Tupperwares transparentes, amontonados unos sobre otros como si fuesen una exposición de arte moderno. En casi todos ellos estaba escrito el nombre de Samuel seguido de una fecha. Guillermo supuso que había organizado qué comería cada día de la semana siguiente. Y se preguntó cómo alguien podía tener tanta paciencia para administrar al detalle todo aquello. Cerró la nevera bruscamente.

¿Te gusta cómo ha quedado? —preguntó Samuel, al tiempo que se sentaba en una de las sillas. 

Ha quedado ridículo —espetó Guillermo, sirviéndose un poco de café.

Pero ¿qué dices? Tu madre me ha felicitado varias veces por ello. —Sonrió abiertamente, orgulloso de su hazaña— Por cierto, me he tomado la molestia de organizar también tu comida. Esta noche te toca ensalada. Ya va siendo hora de que dejes de comer fritos a todas horas —agregó. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora