¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó Samuel.
No te ofendas, pero suena un tanto misterioso que te muestres tan colaborador —objetó Guillermo con desconfianza.
Tú con tal de protestar...
Bueno, está bien, ayúdame a hinchar globos.
¿Globos? ¿Celebraremos la verdadera edad de Karol o su edad mental?, porque solo en el segundo caso entiendo el asunto de los coloridos globos.
Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —Suspiró— Venga, ¡haz algo! —concluyó, tendiéndole un puñado de globos.
Samuel los observó con una mueca de repugnancia y los apartó a un lado. Guillermo puso los ojos en blanco —¿Y ahora qué es lo que ocurre, Majestad?
No esperarás que pose mis delicados labios sobre un trozo de plástico, ¡a saber cuántas manos lo habrán tocado antes! —explotó el castaño — Eres muy descuidado, Guille, especialmente teniendo en cuenta que nos encontramos en medio de una catástrofe higiénica desatada por la gripe de la gallina.
Tu estúpido discurso me está durmiendo; cállate ya. Está bien, prefiero que no hagas nada —objetó.
¡Ya te he pillado! Lo haces para luego poder quejarte de lo poco que ayudo.
¡Pero... si has dicho que no querías hacerlo!
Claro, ¡ahora pon excusas! —farfulló con expresión dolida— ¡Eres un manipulador de cuidado!
Esto ya es insoportable... —susurró Guillermo.
Desde luego, desde luego que eres insoportable. Menos mal que al fin reconoces algo —opinó Samuel— mi madre siempre dice que ese es el primer paso para solucionar un problema: la aceptación. ¡Bravo, Guille!
Guillermo le dirigió una mueca de profundo asco. Después, conteniendo las ganas de contestarle, cogió un globo de color azul y comenzó a inflarlo hasta que adquirió un tamaño considerable. Hizo un pequeño nudo en el extremo antes de lanzarlo sobre el rostro de Samuel.
¿Te has vuelto loco? ¿Por qué me atacas?
Continuó ignorándole e infló otro globo. También ese fue a parar a la cabeza del castaño.
¿Qué te propones, Guillermo?
Un tercer globo anaranjado le dio de pleno en la cara. Guillermo rió. Sin embargo, Samuel pareció reaccionar. Alzó su señorial mano y la dejó caer sobre el brazo de el pelinegro con un manotazo que resonó en el silencio de la estancia. El le miró sorprendido— ¿Acabas de pegarme o me lo he imaginado?
Te lo merecías.
¿Qué...?
Guillermo no pensaba quedarse de brazos cruzados. Arremetió contra él pellizcándole el hombro. Samuel, sentado en el suelo del comedor de la familia Diaz, abrió mucho los ojos.
¡Eso ha dolido!
Era mi intención, idiota.
¡Serás...!
Y se abalanzó sobre el pelinegro descaradamente, empujándolo a un lado y pellizcándole la mano derecha al mismo tiempo. Guillermo logró sobreponerse rodando sobre sí mismo y le atestó un puñetazo en la pierna que provocó que Samuel se retorciese de dolor. En ese momento se desató la guerra, y los pellizcos, manotazos, puñetazos fueron incontables. Un globo explotó cuando Samuel empujó a Guillermo y el cayó sobre este. Con la mirada repleta de rabia contenida a lo largo de todo el día, el menor contraatacó tirándose sobre el mayor, mordiéndole el hombro con ganas. Samuel gritó e intentó quitárselo de encima a base de rodillazos; finalmente, al no conseguirlo de ese modo, rodó sobre sí mismo y terminó tumbado sobre el pelinegro. Presionó las manos de Guillermo contra el suelo, por encima de su cabeza, con lo que lo inmovilizaba.
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Muerdago
Teen FictionSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...