29."Cosas inexplicables"

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Dicen que en la vida ocurren cosas inexplicables. El hecho de que él se hubiese enamorado de Guillermo formaba parte de la lista. No había modo alguno de entender cómo había terminado inmerso en una situación tan descabellada.

Y ahora lo necesitaba. Los seres humanos se aferran con fuerza y facilidad a otras personas. Cuesta mucho más olvidarlas que quererlas. Samuel tenía una idea clara que palpitaba en su mente: no deseaba olvidar a Guille. Por mucho que todo le indicase que era lo que debía hacer. Él se marcharía en unos días y estarían separados, no podrían verse durante largas temporadas, y hasta la fecha Guillermo le odiaba.

Lo observó desde lejos. Estaba sentado sobre la fina hierba del claro del bosque, apoyado sobre el tronco de un árbol. Reía. Cuando reía estaba guapo, porque sus facciones se suavizaban. Samuel siempre sentía ganas de acariciar sus rosadas mejillas. Se sobresaltó cuando Alexby le dio una brusca palmada en la espalda. 

—No te desanimes, brother. El plan sigue en pie —le dijo, sonriéndole. 

Samuel le devolvió la sonrisa, agradecido. Empezaba a entender que existían ciertas personas que a veces hacían favores sin esperar recibir nada a cambio. Le extrañaba esa actitud, pero con el paso del tiempo había ido asimilándola.

Las horas se le antojaban lentas y misteriosamente densas, como si el tiempo se hubiese materializado en un enorme pastel de chocolate tan empalagoso que era imposible de comer. Guillermo no parecía reparar en su actitud y danzaba alegremente de un lado a otro, seguido de cerca por su hermana (y guardaespaldas temporal). 

—¿Por qué demonios me persigues, Karol? ¡Largo! —le gritó. Empezaba a molestarse.

Karol se encogió de hombros —Eres mi hermano... Me gusta estar... contigo. 

—¡Vamos!, pero ¿qué te ocurre? Estás muy rara, en serio. —Se cruzó de brazos y le inspeccionó de los pies a la cabeza como si con ello fuese a descubrir el secreto que guardaba— Desaparece, no pienso repetírtelo.

Karol ignoró todas sus súplicas y continuó pegada a el como un buen mejillón. Estaba cumpliendo una misión. Samuel quiso aplaudirle, pero hubiese sido algo poco discreto. Frank parecía contento tras saber que ellos estaban peleados y pasaba el rato contándole su aburrida vida a un impaciente Guillermo. 

—Tómatelo con calma —le aconsejó Gorth, cuando pasó por su lado y advirtió que Samuel comenzaba a desesperarse.

El castaño asintió, no muy convencido. Frank tenía complejo de pulpo y arrastraba sus tentáculos hasta terminar tocando siempre a Guillermo. A Samuel le importaba poco que Frank solo le rozase el hombro o lo agarrase de la cintura, sencillamente no quería que tocase ni un solo pelo de su cabeza. Respiró hondo. Quizá el submarino de marihuana que habían montado en la tienda horas atrás le había dejado tonto de por vida. Esperaba que las secuelas fuesen reparables. Finalmente, decidió acercarse hasta donde Guillermo se encontraba. Y se quedó allí, muy quieto, escuchando a Frank y mirando a Karol de reojo. 

—... Lo que intento decir es que está demostrado que un niño que crece con falta de afecto siempre tendrá problemas. Ningún psicólogo puede reparar el pasado de las personas; las vivencias dejan huellas que no pueden ser borradas. Sería fantástico que la ciencia avanzara lo suficiente como para hacer que los humanos olvidasen partes desagradables de sus vidas, todos seríamos mucho más felices.

Samuel parpadeó confundido y miró fijamente a Frank. Este permanecía serio y sereno. El castaño estalló en una sonora carcajada y le señaló con el dedo índice —¿Esta conversación es real? — Samuel miró a su alrededor, casi esperando encontrar una cámara oculta en el recoveco de algún árbol. Estaba seguro de que se trataba de una broma televisiva o algo por el estilo. Frank no podía estar martirizando al pobre Guillermo con sus traumas infantiles en plena acampada. Aquello era demasiado. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora