12."Felices fiestas II"

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Había empezado a nevar. 

Guillermo tiritó y se colocó la capucha de la cazadora. Hacía frío y las calles de la urbanización estaban completamente desiertas, envueltas en la oscuridad nocturna. Alzó una mano, sin dejar de caminar, y permitió que algunos delicados copos de nieve rozaran su piel. Se derretían poco después, como si nunca hubiesen estado allí.

Aceleró el paso, preguntándose cómo estaría Samuel. Ciertamente, no estaba seguro de que dejarlo solo en casa hubiese sido una buena idea. Ahora se arrepentía. Había pasado la velada con sus amigos preocupado. Se imaginaba a un impulsivo Samuel redecorando solo toda la casa e incluso cambiando la distribución de los muebles. Casi corrió cuando su mente comenzó a divagar con extrañas ideas que le removieron las entrañas. 

Metió la llave en la cerradura. Eran las tres de la madrugada. Agradeció que sus padres se hubieran quedado a pasar la noche en un hotel de Boston, tras cenar allí para celebrar su aniversario de bodas. En cuanto abrió la puerta, el corazón comenzó a latirle con fuerza. La música descendía desde el piso superior, los primeros acordes de una canción de Nirvana sonaban a todo volumen.

¿Qué estaba ocurriendo? Casi temblando, subió lentamente por la escalera, con una mano en el pecho, infundiéndose calma. La música provenía de la habitación de Karol. Aquello lo tranquilizó, pero solo momentáneamente, pues, cuando asomó la cabeza en aquel cuarto, descubrió que no había nadie allí. Aterrado, advirtió el humo en el aire. Humo que olía raro. Salió disparado hacia el cuarto de Samuel y abrió la puerta sin miramientos. Tampoco lo encontró allí. Sin saber qué más hacer, desesperado, divisó la luz que se filtraba bajo la puerta del baño, corrió hasta allí y giró el picaporte plateado con las manos. 

Aquella primera imagen lo dejó totalmente paralizado. Samuel estaba arrodillado frente al retrete abierto, con la cabeza metida en él y las manos abrazando el contorno. Estaba despeinado. Los mechones castaños caían a los lados, anárquicos. Sus ojos color cafes se habían convertido en dos diminutas rendijas que parecían destilar fuego. Conservaba los pantalones intactos, pero estaba descalzo y llevaba varios botones de su preciada camisa blanca desabrochados. Recordando que aquel muchacho era Samuel, se preguntó si había estallado una revolución en el país sin que el se enterase. Se acercó hasta él, que levantó levemente la cabeza y le dedicó una sonrisa risueña. 

¡Eeeh, Guillermo! —saludó agitando una mano en el aire. 

Guillermo se arrodilló a su lado y lo examinó asombrado, sin comprender —¡Dios mío! Pero ¿qué demonios te ha ocurrido? 

Samuel rió a carcajada limpia, soltando momentáneamente el retrete sobre el que se inclinaba para sujetarse el estomago con las manos —¡Shoy felizzz...! Temedamete felizzz... 

Guillermo quiso decir algo, pero se había quedado mudo. El pelinegro se acercó más a el, todavía riendo, y el distinguió el aroma a alcohol puro. Abrió mucho los ojos, alucinado, mirándole sin poder creerse lo que estaba ocurriendo —¿Has bebido, Samuel? 

El castaño parecía pensativo. Alzó la vista hacia el techo del baño, como si intentase recordar algo. Después brotó una nueva carcajada de sus labios. —Un boquito. —Señaló con los dedos la cantidad, mostrándole unos cuatro centímetros— Pero no musho. Es que he passsado la noshe con tu hemana, que es mu' maja, mu' simpática tamién... 

Guillermo se llevó las manos a la cabeza. Tenía que calmarse. Debía lograr controlarse para enmendar la situación. ¡Por Dios! Había olvidado que Karol se quedaba aquella noche en casa. Pero ¿cómo había derivado la situación para que su perfecto estudiante de intercambio acabase así?

¡Voy a matar a Karol! —gritó, frotándose las sienes como si así fuese a conseguir dominar el conflicto. 

Samuel negó con la cabeza, cerrando los ojos —Pueg no hace musha falta. Creo que ya está muergta —La miró sin siquiera pestañear— Le he vishto en el baño dabajo, tirada en el suelo. —Apuntó con un dedo al rostro de Guillermo— Mírame atentamente: eshtaba ashí. 

MuerdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora