Los párpados de Samuel se agitaron nerviosos. Abrió los ojos poco después, preguntándose por qué Guillermo estaba durmiendo plácidamente entre sus brazos. Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior y no pudo evitar sonreír tímidamente. Contempló los rojizos labios entreabiertos del pelinegro, sus mejillas abultadas rosadas y sus ojos achinados cerrados... Era realmente adorable. Alzó una mano, dispuesto a hundir los dedos entre su pelo negro, pero le dejó suspendido en el aire cuando advirtió que alguien acababa de abrir la puerta. Frunció el entrecejo, molesto por la interrupción.¡Buenos días, parejita! —gritó Karol. Llevaba una bandeja de plástico, repleta de diferentes alimentos, que dejó sobre la mesita de noche de Guille. Este, aturdido, se giró hacia su hermana.
¿Qué haces, Karol? —le preguntó.
Os he traído el desayuno. —Se encogió de hombros— Para desearos una vida próspera, feliz y... Bueno, todo eso.
Samuel se sentó sobre la cama. Solo entonces se dio cuenta de que había dormido con la misma ropa que llevaba la noche anterior y ahogó un gemido —¡Dios mío! —Agitó el cuerpo de Guillermo— ¡Levanta de una vez, estas sábanas están llenas de gérmenes!
Descubrió que este también llevaba todavía la ropa del día anterior. Era asqueroso; después de haberse juntado con toda la chusma y haber entrado en una discoteca repleta de humo, sudor y demás porquería.
Karol arrugó la nariz —Oye, seguís vestidos —farfulló— Así que anoche ni siquiera hubo marcha.
Karol, ¡por favor!, desaparece.
Esta se marchó cabizbaja, quizá algo dolida por el recibimiento de los otros dos. Samuel se levantó de la cama y, tras calzarse los zapatos, tiró a Guillermo del brazo con tanta fuerza que este acabó en el suelo.
¡Au! —se quejó el pelinegro, frotándose el codo— Pero ¿qué haces, pringao?
Salvarte de una muerte segura —respondió él y, acto seguido, comenzó a quitar las sábanas de la cama, hizo una bola con ellas y las lanzó a un rincón de la habitación. Una vez el colchón se quedó desnudo, se miró las manos y su rostro se contrajo en una mueca de asco— Perdona, pero ahora tengo que ir al baño a lavarme —le dijo, al tiempo que salía de la habitación.
Guillermo se quedó allí, sentado en el suelo de su cuarto, con la vista clavada en el colchón de la cama. Se preguntó si aquello sería un despertar normal para Samuel. Probablemente sí. Respiró hondo, procurando encontrar la calma perdida. A nadie le gusta que rompan sus sueños tirándole de la cama.
Samuel regresó cinco minutos más tarde —¿Todavía sigues ahí, Guille?
Le dirigió una mirada de reproche antes de sacar del armario un juego limpio de sábanas y hacer de nuevo la cama (previa inspección del colchón, por si quedaba algún resto bacteriano) Cuando terminó, Guillermo había logrado levantarse y situarse a su lado.
¿No crees que es un poco exagerado? —le preguntó el pelinegro.
¿No crees que tú eres un poco... sucio? —contraatacó él.
Guillermo se quedó con la boca abierta y le dio un manotazo en el hombro —¡Acabas de llamarme guarro!
No pretendía ofenderte —Le sonrió como si el tuviese tres años— pero a veces es bueno que otros nos señalen nuestros defectos para que podamos advertirlos y, seguidamente, solucionarlos.
Guillermo negó con la cabeza, cabreado, y se dirigió a paso rápido hacia la cocina dispuesto a desayunar algo antes de enfrentarse nuevamente a Samuel. Pensó que quizá él podría cambiar, creyó que Samuel se convertiría mágicamente en un chico normal y corriente después de aquel beso (como las ranas que terminan siendo príncipes) pero, obviamente, se había equivocado. Samuel no dijo nada mientras untaba dos tostadas con mantequilla y el removía su café con parsimonia.
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Muerdago
Teen FictionSamuel, un chico de la alta sociedad española, va a pasar las vacaciones de Navidad con los Diaz, una familia de clase media. Guillermo será el encargado de hacer de anfitrión, pero la verdad es que no lo tendrá nada fácil: la personalidad egocéntri...