Cap.25

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La entrada le costó unas monedas. Retiró la vieja tela de enfrente y buscó con la vista un lugar donde sentarse. Sus hombres le habían contado alguna vez de las múltiples obras que habían visto en la vieja taberna. Sin embargo,hasta ahora le entraba el animo de acudir a esos eventos. No lo hacia porque de verdad los encontraba mediocres y un tanto aburridos. Pero claro,sus hombres apostaban a que cuando viera a la dama bailar,se quedaría prendado de ella,lo dudaba. Pero ahora estaba ahí,y curiosamente se sentía nervioso. ¿Él nervioso? Parminius trató de relajarse mientras una chiquilla de escasos quince años le colocaba un tarro lleno. Escudriñó una vez más, y no encontró a ninguno de sus Hombres—¡Idiotas!— Ahora por su culpa había caído muy bajo. De pronto una musica lo sacó de sus pensamientos. Era el repique de una vieja guitarra tocada sin prisa en la escasa luz del lugar. Una mujer se asomó,llevaba el cabello suelto,pero no podía verle el rostro. Sus caderas comenzaron a moverse con el ritmo de la suave melodía. No podía negarlo, era bastante cautivante verla morse con la gracia de un felino,pero la delicadeza del humo que se escapa. La mujer giró, ella no era consciente de todos los hombres que la observaban aquella noche,ni de sus deseos. La mayoría acudía por ella, no tanto para ver al viejo Melchor interpretar aquel destartalado instrumento. Entre la concurrencia encontró un rostro que la desconcertó de inmediato. Era él, era el hombre que la había apresado. La sangre se le bajó a los talones y sintió el martilleo del corazón retumbando en sus oídos y en el pecho. ¿Qué era lo que él hacía ahí? ¿ La había ido a buscar para apresarla de nuevo?. Ella continuó bailando,parecía que nada la afectaba,o eso era lo que Parminius creía,porque lo que era él estaba deshaciéndose en nervios como un chiquillo imberbe. La buscó, quería que los ojos de esa gitana se toparan con los suyos y así se diera cuenta de lo que estaba haciéndole. Quería que ella viera que no la había olvidado,que por el contrario,seguía deseando poder hablar con ella de nuevo. Al cabo de unos minutos,la melodía iba disminuyendo y el comandante supo que era ahora o nunca. Antes de que se agotara por completo la musica,se movió. Ella tenía que volver por aquel mismo pasillo de donde había salido y si no se apresuraba no podría verla. Julianna no quería verlo,de verdad que no quería. Los nervios la traicionaban y el miedo le hacia pensar un centenar de cosas,la principal,que iba por ella para llevarla de nuevo al calabozo donde había sido torturada. Así que con prisa dio una reverencia antes de que a Melchor se le ocurriera tomarla de la mano y esperar hasta que los hombres dejaran de ovacionarla. Se hizo lo mas pequeña que pudo y levantó el telón para escabullirse,lo que le fue imposible, él estaba ahí parado justo enfrente de ella obstruyendo su pasada.

—¿Hacia dónde te diriges gitana? Aun no ha terminado tu show. Ella creyó ver fuego en los ojos del comandante,que no le quitaba la mirada de encima. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y un pie recargado en la pared,como sino le importara nada que Horas y Adasius estuvieran al otro lado de la puerta esperándola a ella. Tragó saliva con nervios,pero subió el mentón con arrogancia hacia Parminius.

—¿Me estas arrestando comandante?.

—No.
Dijo él, aun con la sonrisa brillando sobre sus labios.

Contuvo el aliento,ese hombre le provocaba mas cosas de las que le gustaba reconocer. Trató de mantenerse tranquila,aunque por dentro no lo estaba.

—Entonces,si me permites me retiro.
Trató de pasar por su lado,pero obviamente él no iba a dejarla escapar así fácilmente. Se interpuso para que ella no pasara,y colocó su rostro a la altura del de ella.

—¿A qué le temes gitana? Parece que hubieras visto un fantasma. Era una broma,pero ella parecía mas molesta que la última vez que hablaron.

—No puedes retenerme aquí comandante,deberías irte y olvidar que me conociste,este no es lugar para ti.
El cambio de voz fue drástico,como si a ella también le pesara el que Parminius se fuera. Él quería tocarla,quería comprobar la suavidad de su piel y respirar el perfume de su cabello oscuro. ¡Mierda! Quería comprobar que sus labios embonaban con los suyos a la perfección, pero se veía como un ratoncillo asustado,y eso le provocaba mas ganas de abrazarla y de no alejarse.

El Color del Dolor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora