Cap.28

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El gitano la esperó con paciencia pero aun cauteloso a su alrededor, con la mirada recorría las calles penumbrosas de París, ningún detalle se le escapa, él era astuto. De pronto la escuchó acercarse y su corazón se tranquilizó un poco.

—Anda, vamos. Realmente quiero llegar a casa. Adasius la siguió en silencio,la veía mezclarse en la noche como si fuese parte de ella, en el último callejón ambos se adentraron. La música era inconfundible,el zapateo en la madera era estridente y las cuerdas de la guitarra imponía el ritmo de una melodiosa voz. Tenían fiesta de nuevo, pero no se sentía con ánimos para pertenecer a ella.
—Pero si ha llegado la reina del lugar—Melchor le tomó la mano, jalandola hasta él y comenzó a bailar. Julianna no quería, pero jamas despreciaría un baile con Melchor.
—Hermosa musa que inspira a cualquiera, tus ojos brujos hacen burbujear el pecho del que los mira, amazona, diosa, y plebeya, sos todo lo que deseas mi niña. El viejo Melchor ya estaba borracho, ni siquiera soltaba la botella.

—Estas ebrio Melchor, pero he de perdonarte si me das un trago de esa botella. El gitano sonrió mostrando una hilera de dientes retorcidos.

—Adelante mi señora, beba.
Le extendió la botella y ella la tomó con ambas manos para luego darle un largo trago hasta sentir el alcohol arder en su garganta. Toció y le devolvió la botella al viejo, se tomó la punta de su blusa y de un manotazo se limpio el licor que salió de sus labios.

—Necesito un botella Melchor, estaré esperando en mi mesa. El gitano le sonrió y salió corriendo a buscar el encargo. Adasius, que había presenciado la escena siguió a la gitana.

—¿Qué haces mujer? No bebas esta noche. Los ojos de Julianna se encontraron con los suyos un momento para luego bajarlos y mirar a otro lado.

—Te agradezco lo que haces por mi Adasius, pero no me gusta que nadie se meta en mis asuntos. El gitano la observó de nuevo y luego negó moviendo la cabeza. Tomó la silla de un lado y la arrastró logrando un chirrido molesto.

—No es la primera vez que escucho que me dices las mismas palabras. Julianna se retiró el cabello del rostro con un movimiento hermoso, todo lo que ella hacia provocaba que el pecho del gitano se agitara.

La caravana había llegado un par de días antes. Los hombres armaban el campamento en medio de cantos y risas, los niños corrían alrededor de las mujeres que cocinaban esperando que sus hombres terminaran la labor.
Julianna estaba encargada de cuidar de ellos. Pero la tarea se volvía casi imposible, así que lo mejor que se le ocurrió fue llevarlos a dar un paseo y conocer la ciudad. El fuerte olor de esa ciudad le molestaba, pero aquella era su ciudad soñada, así que el olor era lo de menos.

—¡Ey, todos,miren! El niño corrió hacia la calle principal, donde un carruaje iba pasando provocando el revuelo de los lugareños. Varios hombres caminaban alrededor del carruaje custodiandole. Antes de ella pudiera evitarlo, el niño se echó a correr hasta llegar al carruaje.—¡No! ¡Vuelve!...
Estaba segura de que el rey iba en ese carruaje, y lo que menos querría era que un niño gitano se abalanzara sobre él. Pero el niño no se detuvo hasta que llegó muy cerca y uno de los caballos se detuvo de golpe asustado. Tras un fuerte relinchido y hacer que el carruaje se moviera mucho el niño se detuvo también. Los hombres que custodiaban al rey lo tomaron con fuerza de la camisa de pronto. Y el niño abrió mucho los ojos asustado.

—¡Pequeña rata! ¿Qué pretendes? Le gritó uno de los guardias.—¿Qué diablos está pasando?—gritó Phillipe asomando el rostro al sentir como se detuvieron de golpe—¡No, señor! Por favor no le haga daño, es tan solo un niño que nunca había visto a su majestad de tan cerca, por favor no le haga daño señor! —Julianna había llegado a tiempo de que el custodia golpeara el rostro del niño.

El Color del Dolor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora