33. Que no escape

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Inuyasha

—¿Dónde está?—pregunto al oficial molesto. Hace alrededor de dos horas que Kagome se marchó con el dinero en mano. Llamé a la policía y la puse al tanto del secuestro de mi hija.... Wao, es muy duro decirlo. Y también sobre Kagome. Todo me tiene de los nervios, creo que voy a perder la cabeza si no sé nada de ellas.

—No lo sé, se supo esconder porque encontramos el auto del señor en medio de la carretera. Estaba todo vacío y no había nada. No hay rastro de ella y mucho menos del dinero—lo miro con ganas de matarlo.

—¡Son unos inútiles!—grito fuera de sí.

—Cálmese señor—uno de los agentes me agarra.

—NO SABEN HACER SU MALDITO TRABAJO. MI MUJER Y MI HIJA ESTÁN EN PELIGRO Y USTEDES DETRÁS DE UNA MALDITA PANTALLA SIN HACER NADA—estallo y Miroku se acerca agarrándome por los brazos. Me da un abrazo reconfortante el cual correspondo mientras lágrimas saladas caen por mis ojos.

Hace años que no lloraba, que no sentía un miedo tan poderoso como lo siento en este momento. Desde que Kikyo se marchó no lloro. Kagome y mi princesa me tienen con todas las emociones que controlaba a la perfección disparadas. Es un huracán de emociones: impotencia, terror, miedo, amor, tristeza, preocupación, y así sucesivamente. Veo a la doctora Kaede venir hacia mí con cara de preocupación.

—Inuyasha, ¿qué pasó?—pregunta y me levanto explicándole todo mientras los policías siguen haciendo cosas extrañas y llamadas por aquí y por allá.

—¡Kaede siento que muero cada segundo que pasa!—ella solo me mira con mucha preocupación.

—Inuyasha, ¡Kagome está loca!, ella no sabe el riesgo que está tomando—algo llama mi atención y es que trae unos papeles en sus manos.

—¿De qué hablas?—pregunto tomando una postura más seria, sus ojos quedan fijos en los míos.

—Kagome está embarazada—las palabras abandonan mis labios y mi corazón late como loco.

Las piernas las siento como gelatina imposible de mantener estables. ¿Embarazada?, mi Kagome... Embarazada. Voy a tener un bebé con la mujer que más amo en este mundo. Con una persona que se ha vuelto la razón de despertar cada mañana, alguien que me da ganas de vivir y ser mejor persona cada día. Kagome. Ya imagino a un pequeño o pequeña correteando junto a Yui y Kagome por toda la casa, dando sus primeros pasos, diciendo sus primeras palabras...

Sonrío, feliz porque tendré un bebé, pero luego la realidad me golpea trayéndome de nuevo al mundo real dónde Yui está secuestrada, donde Kagome corre tratando de salvarla, donde mi agonía es tan fuerte que me quedo atrapado en un mundo paralelo que me asfixia cada segundo que intento respirar.

—¿Cuándo tiene?—pregunto regulando mi pesada respiración.

—Dos semanas—responde de inmediato—esas eran mis dudas y por eso el análisis, Kagome corre un peligro enorme, su embarazo es riesgoso por culpa de la anemia, ella debe de cuidarse mucho en esta etapa. Si no lo hace puede que el feto no sobreviva.

—Tenemos que encontrarla cuanto antes, a ella y a mi hija—ella asiente y sale de la casa.

Pasamos horas buscando y nada, todo igual... Kagome ¿dónde estás?

Kagome

—Sango, ya lo tengo todo planeado, no creo que salga mal—comento buscando una ropa más cómoda y mejor por si tengo que correr.

—Amiga, esto no es un juego es muy peligroso—intenta hacerme entrar en razón, pero no consigue nada.

—No se trata de mi Sango, se trata de una pequeña que no tiene la culpa de que haya tantos hijos de putas en este mundo para hacer maldad—contesto fuera de mí.

—Cálmate ¿quieres?, no conseguirás nada alterándote, y no te preocupes yo iré contigo, no te dejaré sola—ella acaricia mi rostro—somos hermanas, no de sangre, pero si de espíritu—la abrazo porque necesito sentirme a salvo con alguien. No lo demuestro, pero muero de miedo.

—Te quiero Sango—susurro abrazándola fuerte.

—Yo también tonta—sonrío mientras seco las lágrimas que no sabía, salieron de mis ojos.

—Vámonos, tenemos que patear culos—ella ríe y salimos por la puerta con la esperanza de regresar vivas y sanas.

***

—Para, es aquí—le digo a Sango mientras esperamos en la desierta calle.

—¿Segura de esto?—pregunta mientras yo asiento. Veo varias figuras dentro de un auto más adelante de nosotras.

—Quédate aquí, necesito que si pasa algo me prometas que salvarás a Yui—ella niega mientras lágrimas empañan sus hermosos ojos marrones.

—Ni lo sueñes Kagome—responde molesta.

—Sango por favor, es una pequeña que no merece esto, prométemelo, si pasa algo la salvas a ella, si logramos rescatarla y no puedo salir yo, huye con ella, confío en que la salvarás—ella, aunque le duela lo hace, asiente y me dice que sí. Salgo del auto y busco el dinero. Lo saco todo y veo a Naraku salir con Yui en brazos.

—Kagome—su voz es asustada y temblorosa.

—Suéltala—ordeno con la frente en alto y sin mostrar debilidad alguna, aunque muera de miedo.

—¿Trajiste lo que te pedí?—pregunta mientras me acerco.

—Sí, ahí está todo el dinero—señalo con mi índice las bolsas llenas de dinero que descansan en el suelo.

—Hakudoshi, revisa a ver si todo está en orden y como lo pedí—el chico muy joven para estar haciendo estás cosas, camina hasta las bolsas mientras empieza a contar el dinero y mirar a ver si no es falso.

—Está todo en orden—responde después de media hora.

—Bien—Naraku sonríe de manera maliciosa—ve con Kagome, Yui—Yui corre hacía mí y yo la recibo con un fuerte abrazo.

—Tenía mucho miedo Kagome—llora desconsolada en mis brazos.

—Ya estás a salvo princesa—contesto abrazándola—, pero necesito que hagas algo—susurro bajito.

—¿El qué?—pregunta mirándome con esos ojos que me recuerdan a Inuyasha.

—Correrás hasta el carro y entrarás, no mires atrás por nada del mundo—ella asiente y lentamente hace lo que le digo.

—Qué gracioso—comenta Naraku riendo.

—¿Qué te da gracia imbécil?—pregunto molesta.

—Ver como proteges a una mocosa que no es nada tuyo—responde acercándose a mí.

—No tiene que ser nada para que la ame—respondo enojada.

—Y ahora pagarás el precio—entonces de un hábil movimiento quedo atrapada entre sus brazos con una pistola apuntando mi cabeza. Sango sale corriendo como loca.

—¡Sango lárgate!—grito nerviosa.

—¡Nunca!—me regresa el grito.

—Lo prometiste y eres una mujer de palabra—ella comprende y llorando corre hasta el auto.

—Qué no escape—es lo último que logro escuchar ya que me inyectan algo y caigo en la oscuridad.

Kagome La niñera De Mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora