37. No me dejes

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Inuyasha

—Es en este lugar señor—miro disgustado el lugar donde debe de estar Kagome encerrada.

Se trata de una casa abandonada cerca de una avenida poco transitada. Nos llevó tiempo venir aquí, pero la encontramos. La casa es de un azul sucio y opaco, se ve que es muy antigua y está deteriorada ya que tiene hoyos sus paredes y grafitis horribles. Caminamos a paso decido sin vacilar hacia la entrada. Los agentes revisan el perímetro antes de poder acceder a ella. Dos disparos retumban en el solitario lugar y el corazón se me para por segundos en los que no reacciono ni hago ningún movimiento.

Cuando mi mente manda las coordenadas a mi cuerpo para que se mueva, corro a toda velocidad ignorando la voz del jefe a cargo. Corro como si mi vida dependiera de ello. Tal vez no mi vida, pero si la mujer que me hace vivir, ¿es lo mismo?

Sigo corriendo buscando de donde proviene el sonido del arma metálica. Subo al segundo piso abro la primera puerta y... Nada. Continuo mi recorrido hasta dar con la cocina la cual tiene una puerta abierta. Los agentes me siguen por los talones y yo solo bajo las escaleras sucias como un rayo y es entonces donde la imagen frente a mis ojos me parte en dos.

—¡Kagome!—el sonido aterrado de mi voz hace eco por todo aquel asqueroso sótano. Corro dónde se encuentra mi pequeña Kagome llena de sangre. Hago presión en una de las heridas para que salga menos sangre—¿qué te han hecho pequeña?—susurro mientras las lágrimas saladas viajaban fuera de mi rostro.

—Jefe, la ambulancia llegó—oigo el grito de alguien, pero no me importa, mi cuerpo tiembla y mi corazón amenaza con salir de mi pecho.

Mi Kagome, mi niña, mi todo. Su piel está llena de moratones y rasguños. Paso mi dedo delicadamente por las heridas que le proporcionaron a su cuerpo, quiero matar a todos esos hijos de putas que la lastimaron.

—¿Dónde están los malditos paramédicos?—pregunto fuera de mi gritando.

—Por aquí—muchas personas entran y me intentan arrebatar a Kagome de los brazos.

—¡Kagome!—grito pero me la quitan y la suben en una camilla. Sigo a esas personas que la llevan hacia la ambulancia.

—Rápido que la perdemos, su pulso está muy casi imperceptible—escucho a uno de ellos y el temor invade cada célula de mi cuerpo.

Me siento tan desorientado pero mi instinto protector me pide seguir a Kagome y eso hago. Subo con los paramédicos a la ambulancia que se pone en marcha enseguida.

—Resiste hermosa, no nos dejes. Tienes que saber que serás una madre hermosa, quiero verte con tu pancita grande—murmuro entre llantos—quiero verte de blanco caminado hacia el altar, quiero bailar todas esas melodías que no hemos podido, cantar hasta que nuestras voces colapsen—sus mejillas siempre sonrosadas están pálidas, no hay brillo en ellas—necesito verte reír, verte mirarme de esa manera que me hace tele transportarme a otro mundo en cuestión de segundos—susurro y beso sus labios. El sabor metálico de su sangre me recibe dándome la bienvenida—no te vayas, no me dejes, te amo tanto pequeña—y entonces su pulso cae.

—¡Rápido aléjese!—miro sin entender pero ellos hacen muchas cosas hasta que llegamos al hospital.

—La estamos perdiendo, rápido preparen el quirófano—y se la llevan otra vez lejos de mí.

—¡Kagome!—corro hacia dónde la entraron pero un guardia me detiene.

—No puede entrar—me habla con dureza.

—Mi mujer y mi bebé están allá dentro. ¿Cree usted que me importa lo que me diga?—pregunto molesto.

—Ya le dije que no puede entrar—me saca y solo me queda mirar por una ventanilla que tiene la puerta.

Kagome La niñera De Mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora