07.- Empezando la escuela

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Harry iba corriendo, se le había hecho tarde. Sabía que estaría en problemas si llegaba más allá de los 10 minutos de tolerancia. Después de todo su maestro no era un hombre paciente con la puntualidad. Corría y corría por los pasillos hasta llegar al oscuro corredor que conocía tan bien de memoria. Aun en el día, la luz brillaba por su ausencia, y el que lo conociera al detalle ayudaba a no perder valiosos segundos conjurando un Lumos. Al fin llego a su destino y el hombre ya lo esperaba.

Alto, de piel pálida, casi del color de la cera, de nariz aguileña, y una mirada capaz de hacer retroceder a cualquiera, ataviado con ropas negras que le añadían, si es que eso era posible, más seriedad a su ya de por si duro ceño. Y la capa negra que le daba aspecto de murciélago gigante... no le extrañaba a nadie que muchos lo confundieran con un vampiro.

Harry llego hasta el hombre sin una gota de miedo, bueno, un poco, después de todo era con este hombre con quien debía verse y por lo cual había llegado corriendo a su encuentro.

—Señor Potter, no pensé que lograría llegar, pensaba que su lado Gryffindor lo haría desconocer las más mínimas reglas de cortesía cuando alguien lo invita a tomar el té en su casa—.

—Y uno esperaría que el jefe de la casa Slytherin podría ser más inteligente y observar que al referido Gryffindor podría habérsele atravesado una emergencia, en cuyo caso dicho Gryffindor podría ser exonerado de la falta de cortesía—.

—Touché. Entonces leoncito, ¿Qué te detuvo? —.

—Ron, quería venir conmigo. Pero como Hagrid no menciono en su invitación si podíamos traer a alguien más, me pareció incorrecto dejarlo venir y tarde mucho en convencerlo de que quizás en otra ocasión—.

—Luego puedes preguntarle a Hagrid, bien, vámonos, esta vez llevo las galletas que envió Molly. No creo soportar otro de esos pastelillos que solo acepta comer Fang y Fluffy—.

—Un día deberíamos enseñarle a cocinar, o quizás le regale un libro de cocina con fotografías para navidad, seguro le causa curiosidad ¡Mínimo! —.

Severus Snape, jefe de la noble casa Slytherin, terror de los estudiantes y alguno que otro exalumno, era más que un amigo para el niño-que-vivió, era su tío y protector. Luego del shock inicial que esta información supuso para los alumnos cuando se enteraron hace ya unos años, no era raro ver al ojiverde caminando cerca de las mazmorras, la mayoría de los Slytherin lo saludaban con cortesía, algunos eran conocidos pero sin ser amigos, otros eran amigos a secas, y solo los de primer año, parecían renuentes a aceptar que Harry Potter era el "sobrino" de su jefe de casa. Sobre todo, un rubio que miraba con rencor hacia donde estos se encontraban.

Harry y Severus, ajenos a este hecho, salieron del castillo y se encaminaron hacia el bosque prohibido, cualquiera pensaría que iban a entrar en él, pero solo se dirigían a una cabaña de madera donde los esperaba el guardián de las llaves de Hogwarts, Rubeus Hagrid, amigo de Harry y Severus desde hace años. Un perro jabalinero se encontraba durmiendo en la entrada y babeándola con sumo placer y al otro lado de la cabaña un perro enorme de tres cabezas se encontraba jugando con un par de enormes troncos amarrados a manera de un juguete para perros tamaño gigante.

—¿Puedo adelantarme? Le traje unos bocadillos a Fang y Fluffy, pero Fang puede esperar, no creo que despierte antes de que nos vayamos—.

—Está bien, pero de regreso debemos visitar a Caribdis o se molestara, le prometiste llevarle panques de naranja—.

—Sí tío—.

Harry Potter se adelantó y fue hacia donde estaba el "fiero" perro de tres cabezas, apenas estuvo enfrente, coloco una pequeña caja en el pasto y con un toque de su varita se agrandando hasta estar del tamaño de uno de los tronos con los que jugaba.

Una Serpiente De PelucheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora