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Una hora. Una puta hora nos echamos con el Tomy en convencer a mis papás para que me dejaran salir. Mis viejos no me querían dar permiso porque empezaron con la típica charla de que los carretes como esos eran pa puro ponceo y un montón de hueones borrachos irresponsables. Pero tras unas pausas, y nuestras constantes insistencias reflexionaron sobre que vivir esas hueas era parte de la vida y bla, bla, bla. La cuestión es que, si me dieron permiso, pero con la condición de que volviera a la casa antes de las doce.

Tamara putacienta, ¿o qué?

Con mi amigo asentimos. Total, yo quería ir un rato no más, po.

Después de subir a mi pieza, permitirle al Tomy que me encrespara las pestañas y me echara de un brillo culiao que tenía, me huebio para que me chantara unos jeans oscuros re ajustados donde se me marcaba demasiado la raja. Lo mande a la chucha, pero termine poniéndomelos igual, porque me dio lata ver su cara de entusiasmo ante esto, pa' que yo solo lo puteara. Me puse una blusa larga media morada porque nunca tan maraca y mis sckechers cafés. El Tomás por su parte, se había puesto unos jeans ajustaditos, una camisa negra y encima una chaqueta culia así con pinta de cuico que tenía. Se veía más mino mi amigo.

—Ay si somos más ricos, amiga.
—sonrío, entero de emocionado.
—Ven pa' acá. Posa.

Me agarro de la cintura, posicionándonos delante del espejo grande que tenía en mi pieza. Por primera vez, sin alegar ni poner caras de mala onda, le hice caso. Me paré al lado suyo mientras él sacaba su J7 dorado. Me abrazo la cintura, a la vez que sacaba la lengua y arrugaba las cejas. Yo saqué el dedo de al medio y sonreí pasándole mi brazo por el cuello.

Ay, si igual tirabamos pinta.

Antes de irnos pasé hacer pichi, porque meona se nace, me lavé los dientes y eché confort en mi bolso.

Cuando bajamos mis papás estaban viendo una serie, echados en el sofá mientras comían papás fritas con mayo. Nos dijeron que nos cuidáramos, que no tomará, que si culiabamos usáramos condón, ah no… eso no. Pero algo parecido y me pasaron cinco lucas pal taxi. Nos despedimos.

—¿Dónde queda la casa del carrete? —pregunte, cuando estábamos en el paradero cerano a mi casa. Ya eran casi las diez de la noche. El carrete estaba empezando, supongo.

—En la casa del Ale, po hueona. Tenemos que tomar el 37, ese nos deja cerca —respondió refiriéndose al coleto.

Después de como diez minutos paso uno vacío.

Cuando estábamos en la esquina de la villa donde quedaba la casa del Ale, quede a hocico abierto.

El culiao vivía en una villa re cuica. Huea de decirte que las casas eran enormes. Como cinco veces la mía, ah.

—¿Y este conchetumare es de plata? —pregunté, cachando una casa donde había tres autos guardados en el patio.

El Tomás asintió con la boca abierta como morsa.

—Sí. Pero nunca pensé que tanto. Creo que su viejo es dueño de unos talleres y es administrador empresarial. Por eso el Ale también piensa estudiar una huea relacionada con el comercio —me conto.

—¿Cómo sabi voh esa huea?

—Me cuentan, po —se encogió de hombros.

Así que comercio queriai estudiar... te la teniai guardaita.

Entorne los ojos. Lo agarre de la mano, y empezamos a buscar una casa donde hubiera harta gente no más, porque ni pa' leer una dirección servíamos.

Avanzamos y avanzamos hasta que llegamos a una de las ultimas casas. La música estaba a todo reventar y el patio estaba lleno de hueones.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora