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《Lay me down - Sam Smith》


Mis dedos temblaron. El celular fue apretado en mi mano con mucha fuerza. Y jure que el vómito había ascendido por mi garganta.

¿Me estaban huebiando? ¿Cómo qué el Alejandro se había ido de su casa? ¿Y por qué su papá tenía su celular? 

—¿Por qué tiene usted su celular?
—pregunté, llena de rabia. Quería gritarle que todo esto era su culpa. Que todos los problemas y penas del Ale eran su culpa.

Él carraspeo.

—El Alejandro se llevó todas sus cosas, pero dejo su celular. Imagino que no quería que lo localizáramos —explicó, con voz dura.

Quizás que mierda le dijeron. Debieron haberlo tratado pésimo para que tomara la decisión de irse. La rabia no disminuía. Las ganas de gritarle crecían a cada segundo.

—¿Qué paso? ¿Qué le dijo? ¿Por qué se fue? —escupí, desesperada —¿Qué le hizo? Esto es su culpa —acuse, sin poder contenerlo más.

—A ver niñita, te calmas —respondió, enojado. El tono de su voz aumento considerablemnte —Yo no tengo porque darle explicaciones a una cabra aparecida en la vida de mi hijo ¿me entiendes? Deberías agradecerme en lugar de estarme acusando.

Y me cortó. ¡Me cortó, conchetumare!
¿Qué chucha este caballero, hueón? ¿Qué mierda se creía?

Llena de rabia tiré mi celular a la chucha, por lo que éste rebotó en el suelo con un fuerte sonido. Pero rápidamente, lo fui a recoger y marqué el número del Rigo.

—¿Alooooo? —contesto a los tres tonos, con una voz muy pajera. Era obvio que estaba durmiendo.

—¡Rigo! ¿El Ale no te ha llamado? Se fue de la casa, hueón —hablé, con voz desesperada.

—¡¿Qué?! —gritó, despertándose al cien por ciento —No, Tamy. A mí no me ha llamado. ¿Cuándo fue eso? ¿Y por qué se iría?

Me palpé la frente. Estaba segura de que en cualquier momento iba a comenzar a sudar helado.

—Tuvo que haber peleado con su viejo. Pero muy fuerte. Me dijo que se llevó todas sus cosas.

—Conchetumare —murmuró. —Voy a llamarlo.

Sentí ruidos que me indicaban que se estaba levantando.

—Dejo su celular en la casa —advertí.

—Por la chucha.

Con la voz débil, me llevé una mano al pecho mientras me dejaba caer sentada en mi cama.

—No sé qué hacer. No sé dónde chucha llamar. No sé dónde puedo ir a buscarlo. No sé nada —me desesperé. Mi voz comenzando a romperse.

El Rigo suspiró con fuerza.

—Tranquilita, Tamy… —pidió, con voz dulce —Tranquila, mi niña. Que mi perrin es todo menos tonto. Él debe estar bien. Sí peleo con su viejo, en este momento necesita su espacio. Démoselo. Mañana ya lo buscaremos. Ahora descansa.

Ahogue un jadeo. Me tapé el rostro y tratando de no llorar, dije:

—Bueno…

Pero no pude hacerlo. Estuve toda la noche dejándole mensajes en su Facebook, con la esperanza de que pudiera conectarse y verlos. No sé cómo, ni dónde. Pero no perdía nada con intentarlo.

Al día siguiente, llegué hecha un zombie a clases. Tenía unas ojeras enormes y al Tomy no le pasó desapercibido eso.

—¿Qué paso, Tamy? —me preguntó, con preocupación a penas me vio entrar a la sala.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora