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No sabía que chucha decirle. Me quede mirándolo aun de pie en la pieza del Ale, sin embargo, él avanzo adentro. Se cruzo los brazos sobre el pecho, y su sonrisa no disminuyo.

¿Qué huea? ¿Me iba a decir alguna huea mala onda? Tenía cero ganas de aguantar mala onda, really. 

—¿No hablas? —dijo, mirándome detenidamente.

Al igual que la vez pasada, andaba con un traje oscuro. El pelo estaba perfectamente peinado, una contradicción para el pelo de su hermano, que siempre parecía llevarlo salvaje.

Yo fruncí las cejas.

—Obvio que habló. Y sí, soy la Tamara —respondí, intentando de que mi voz no sonora tan mala onda.

—Apostaría mi carrera a que mi hermanito no quería estar en este almuerzo —fingió pena, llevándose la mano derecha a su muñeca para desabrochar el botón de su traje.

Entrecerré los ojos, mientras inhalaba.

—¿Por qué lo dices de esa forma? Creo que a ti tampoco te gusta estar aquí…

Quise morderme la lengua en ese instante. Yo no tenía por qué decirle esa huea. Mucho menos darle algún indicio de que yo sabía que ellos tenían problemas familiares.

Él sonrío. Se sentó en la cama, aflojándose la corbata y sacándose la chaqueta. ¿Qué huea?

—Toda la razón, Tamy… la verdad es que me importa una mierda lo que pase en esta familia.

—¿Ah sí? —no me pude contener.

¿Qué mierda me pasaba, hueón?

El Armando se puso de pie automáticamente, su altura intimidándome. Alce la pera cuando se quedó a una distancia prudente de mi persona.

Hueón mala onda, loco… mala leche y la conchesuabuelicima.

—Pronto vas a darte cuenta que lo que en realidad mueve a esta “familia” es el control sobre los demás y la plata —explicó, como si estuviésemos hablando del clima, no de las personas que se supone que ama. —Pero no me sorprendería que ya supieras casi todo. El Alejandro suele ser débil para sus cosas. Es obvio que sabes lo que pasa.

Quería refutar alguna huea, pero la visión del Ale avanzando hacia la pieza, me dejo muda. Él se quedó de pie, mirándome primero a mí y luego a su hermano. La duda estaba plasmada en sus facciones.

—¿Qué haci tú aquí? —le dijo a su hermano, parándose a su lado. Toda su postura desprendía alerta, reto e intimidación. 

El Armando, alzo sus manos en son de paz, riéndose. Me di cuenta que el Armando y su papá compartían ese rasgo de diversión. Pareciera que están diciéndote algo serio, cuando en realidad la situación les divertía.

—Solo vine a conocer a tu polola. Tenemos que llevarnos bien, hermanito —le respondió. Tomo su chaqueta, me miro y avanzo hacia la puerta a paso de gala. —Es lindo tenerte hoy con la familia, “cuñada” —exclamó, antes de irse.

El Armando podía ser un hueón sumamente mino con esas sonrisas sarcásticas y amplias para cualquier hueona que tuviera cero vestigios de su persona, pero no para mí. Yo sabía que esas sonrisas llevaban más… que llevaban algo que te decía que eres parte de algo que solo él sabe. Y no me gustaba ni chucha esa sensación.

El Ale estaba tenso, mirando la puerta. Entonces, a grandes zancadas fue y la cerró. Cuando se dio vuelta, me miró directo a los ojos.

—¿Qué te dijo? ¿Qué cresta dijo?
—soltó rápidamente.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora