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Algo me asfixiaba. No podía respirar. Un peso desconocido me molestaba en la cadera y las tetas me dolían.

¿Qué chucha?

Me tiré hacia el lado derecho de la superficie suave en la que me encontraba recostada pero unos brazos me detuvieron a la vez que mi pecho era oprimido. Me zarandee.

—No te movai tanto, po. —susurro una voz.

Esa voz... ese tono ronco… Un peso en mi cuerpo.

Conchetumare.

Abrí los ojos saltando más rápido que la chucha, casi cayéndome de la cama y entonces… grité.

El Ale, quién se encontraba a mi lado salto a la cresta, abriendo las medias pepas.

Estaba en su casa. En su pieza. En su cama. Y durmiendo con él…

Ay, mierda.

—¿Qué pasó? —quiso saber él refregándose los ojos, mientras se arrodillaba a mi frente. Yo estaba sentada en su cama mirándolo sin poder creerme esta huea.

No me digan que el mini Ale había allanado mi cueva…

No, conchemiawela. Esa huea no puede ser posible…

A ver, Tamara culia. Piensa. Acuérdate. Cálmate.

Hice todo menos lo anterior. Empecé a hiperventilar:

—¿Qué hora es? ¡¡¡Me van a matar!!! ¿Alejandro, que mierda hago aquí? ¿Nosotros culiamos? ¿No me digai que... espérate, hueón… usaste condón? Yo era casta, culiao por la chucha.

Estaba sin aliento. Me tapé la cara meciéndome en la cama a la vez que arrugaba las mantas entre mis dedos.

Puta la huea. Mi mamá me iba a matar y mi papá me reviviría para matarme de nuevo.

El Ale se río. Lo mire, él seguía vestido... yo también.
No paso. Ah.

Respire más tranquila.

—No, Tamy... nosotros no culiamos, solo dormimos aquí. Son las 8:53 de la mañana y sí, puede que te reten…

¿Puede que me reten? Este culiao no conocía na la versión ChukyCamata de mi mamá.

—¿Y tus papás? —pregunté.

De pronto, el cabro a mi frente se paró más rápido que un cohete de la cama y sus ojos se expandieron.

—Mierda.... mierda, mierda, mierda. —se agarró el pelo. En otra circunstancia me habría reído de su cara de pánico, pero no ahora. —Ellos llegaban a las nueve y me quedé dormido por la chucha.

Oh mierda. Y yo estaba aquí aún.
¿Ahora quién era el urgió?

Me levante de la cama, buscando mis zapatos.

—¡Me tengo que ir, hueón! —me desespere. Lo empuje para ir a buscar mis zapatillas que estaban a los pies de su cama y me las chante.

Agarre mi celular. ¿Dónde chucha estaba el Tomás?

50 llamadas pérdidas de mi mamá. 57 de mi papá y 33 del Tomás.

Oh… la huea épica. Le saqué pantallazo a la barra de notificaciones porque esto era para la historia.

—Vamos —me tendió su mano el Ale.

La agarre y él me guio por el pasillo hasta llegar a las escaleras.
Al tomar su mano me acordé de todas las hueas que pasaron anoche, como una tira de imágenes proyectadas en mi mente y extrañamente mis mejillas quemaron.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora