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Grité. La única huea que atine a hacer fue gritar. La sorpresa de ver al Ale avanzando hacia nosotros a toda velocidad e inmediatamente lanzarse contra el Carlos me dejaron petrificada. Hueona. Mal. Pero con un choque eléctrico listo para hacerme gritar.

El impacto del puño del Alejandro en la nariz del cabro a mi frente, lo tiro al suelo al toque. El Ale se sentó entre sus piernas, listo para darle otro puñetazo, acertando justo en su mejilla. El Carlos se retorció, intentando sacárselo de encima, tirando golpes hacia él. En un movimiento brusco, pudo alcanzar su barbilla, pero el Alejandro no sufrió mayor impacto. Estaba como loco. Yo con la respiración acelerada y mi cuerpo lleno de adrenalina intentaba tirarlo hacia atrás por los hombros, pero él era como una montaña. Me sentía tan inútil. Tan hueona.

—¡Ale, por favor! ¡Por favor, para! —le gritaba, una y otra vez.
—¡Hazlo por mí, por favor! —le suplique, muy cerca de su oído.

El zarandeo que teníamos los tres, se fue deteniendo poco a poco. El Ale frunciendo las cejas, se levantó.

—No te quiero ver cerca de ella, hueón. —apunto al Carlos. Este se mantuvo en el suelo, sujetándose la barbilla con una mueca. Sin embargo, sonrío. A este culiao le gustaba invocar a Satanás.

—Eso lo decidirá ella, culiao
—murmuró.

Yo negué. No valía la pena seguir gastando saliva en este hueón. Me daba mucha pena que se vea metido en estos problemas, pero él solito se los busca inventando hueas. Por su culpa yo había peleado con el Ale. Y no se me olvidaba. Durante el día estuve solamente con la Karen y el Tomy, pero ahora por la noche que quise venir al baño este ahueonao me siguió, por lo que comenzamos a discutir. Lo encare, le reclame, le pedí que se aburriera de meterse en hueas, hasta que intento darme un beso… entonces, el Ale lo vio. Y henos aquí.

—¡Torres y Opazo! ¿Qué está pasando aquí?

CONCHETUMARE.
El profe de educación física había llegado a los baños. Probablemente escucho todo el gallinero que teníamos. Nos miró a los tres, negó con la cabeza y dijo:

—Cifuentes, váyase a su carpa. Y ustedes dos se vienen conmigo.
—exigió.

Tragué saliva, mirando al Ale. Él se veía como todo un hueón duro. Impenetrable, y por primera vez me asuste cuando note la mirada de odio que le dirigió al Carlos, quien se levantó del suelo como si la raja le pesara treinta kilos.

No quería irme. No quería dejar al Ale. Me importaba un pico si estaba enojado. Le apreté la mano, antes de que comenzara a caminar y le dije: 

—Te voy a estar esperando.

Él me miro. Detenidamente. Casi con temor… Luego, asintió.

(…)

Eran casi las dos y media de la mañana. Los chiquillos seguían huebiando a la orilla del rio en una fogata que habían hecho y seguramente estaban tomando alguna huea y fumando. Escuchaba sus risas a lo lejos. Los demás estaban en sus carpas, muchos metros más de donde yo había armado la mía. Los profes estaban cerca de las bancas, también conversando. Al parecer tampoco quisieron dormir.

Yo estaba como enjaulada. No dejaba de mover mi pierna una y otra vez, sentada en un columpio que estaba cerca del kiosko. Vi al profe llevarse a los chiquillos al lugar frente al almacén donde había mesas y sillas de plástico con quitasoles.

Tenía miedo de que mandara al Ale pa la casa mañana temprano, o que llamara a sus viejos.

Esperé un buen rato, intentado de pensar que podía decir… buscar la manera de arreglar la pelotera que se armó. Estaba en eso, cuando sentí su aroma. Alce la vista y ahí estaba el Ale. Su pelo negro estaba cubierto por el gorro de su polerón gris, y sus manos ocultas en el short azul intenso de baño. Sus ojos me buscaron.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora