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Inhale con fuerza. Me empape de su perfume, como si quisiese grabarlo por siempre en mis sentidos. Poco a poco sus brazos fueron aflojándose y yo me separe. Sus ojos estaban húmedos y verlo llorando me destrozo mil veces más.

—Pasa, por favor —me señalo, su apartamento mientras pasaba las palmas de sus manos por su cara, algo avergonzado.

Asentí, mientras me pasaba la lengua por los labios. Me pasé el dorso de la mano por las mejillas y observé. La huea era muy grande para alguien que vive solo. Las paredes estaban pintadas de blanco y permanecían desnudas. Al entrar, lo primero que llamaba la atención eran tres sillones cafés oscuros y una mesa de vidrio y más allá una gran tele. De esas hueas que tienen internet, y toda la vola. Después había un comedor y más allá una habitación que debía ser la cocina. A la derecha había un pasillo que seguramente llevaba a más piezas.

Cuando me di la vuelta, el Ale me estaba mirando.

—Te ves preciosa.

Su mirada era tan consumidora, que me sonroje como hueona. Bajé la vista. Él se acercó lentamente. Cuando estuvo lo suficientemente cerca puso un dedo bajo mi barbilla. Los ojos negros me buscaron, y respondí. Nos miramos por un largo rato, como estudiándonos, como si todo este tiempo separados hubiese borrado detalles de nuestras mentes que necesitábamos recordar.

Ay, por la cresta…

—Te he echado tanto de menos. No sabes cuánto, hueón… —murmuró.

Fruncí las cejas, bajando la mirada.

—No te entiendo, Ale… No entiendo nada de lo que esta pasando. Tengo la cabeza llena de hueas y no sé… no sé como empezar a ordenarlas —confesé, dándole la espalda y avanzando hacia los sillones para sentarme. Él me siguió. —Te desapareciste demasiados días…. Días en que me sentí como el hoyo…

Él se sentó en la mesa, frente a mí. Sus rodillas chocaban con las mías.

—Tamy… —me interrumpió.

Negué.

—No, Alejandro. Escúchame.

Él lamio sus labios, se quedó callado.

Tenía que saber todo. Tenía que escucharme.

—No sabia que pensar, hueón. Que rollos pasarme. Te fui a buscar a tu casa. Tus papás fueron una mierda conmigo. No me explicaron nada. Me desesperé… —continué, abriendo mucho mis ojos —Los chiquillos también, Ale. Estábamos todos sumamente preocupados por ti. Y de repente, el Rigo comenzó a comportarse extraño, hasta que un día lo pillé hablando por celular contigo, hueón. ¿Sabes la decepción y el dolor que sentí? Estuve como hueona buscándote, imaginando que te pasaba y tú nunca fuiste capaz de decirme por último un “estoy bien”. No me buscaste… —suspiré con fuerza. Los recuerdos hundiéndome un cuchillo entre las tetas —Y cuando voy a esa casa culia te veo de lo más bien con una hueona y me trataste así… me dijiste que no querías nada de tu antigua vida, ni siquiera a mí. Me hiciste mierda con eso, Ale…

No sé cómo, pero las palabras salían solas. No me importaba lo demás. Quería que él supiera todo. No estaba ni ahí con verme débil. Él debía saber.

—¿De lo más bien? —interrumpió, frunciendo las cejas. —Tamara, me he sentido como el hoyo desde que me fui. Me he sentido una mierda desde que te dejé. Desde ese día en que nos despedimos en la plaza y te dije que no olvidaras que eres lo más importante para mí, pase lo que pase. Y lo olvidaste.

Me altere. Me puse de pie rápidamente y él hizo lo mismo.

—¿Qué lo olvide? ¿Ahora es mi culpa? ¡Fuiste tú quién me hizo sentir como si ya no te importará! Con todas las mierdas que dijiste
—acusé, apuntando con mi dedo su pecho duro.

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora