Capitulo 17

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El viento azota mi rostro, mi cabello rojo danza en mi espalda mientras corro. El aire frio seca mi garganta y no puedo evitar toser.

De repente siento el bullicio de la multitud otra vez, los vehículos vuelven a pasear por el asfalto y vuelvo a notar los carteles llamativos de las tiendas. Las calles se abren dejando ver un extenso y verde césped frente a mí.

Sigo corriendo sin pensar adentrándome en el gran parque; a los costados, los aburridos sakuras pierden sus hojas con cada violenta ráfaga. Veo familias divirtiéndose, niños jugando entre ellos o con sus mascotas y luego estoy yo: una lunática corriendo por los angostos caminos adoquinados que atraviesan el parque, una lunática llorando desconsoladamente.

Me detengo en seco, agitada de tanto correr casi sin aliento. Llevo una mano a mi cuello recordando aquel sujeto ahorcándome anoche, aun siento el ardor en mi garganta y ahora ha aumentado culpa del aire frio que aspiré al correr. Inclino mi torso hacia adelante y tomo mis rodillas tratando de recobrar el aliento. Algunas personas han notado bastante mi presencia, los oigo susurrar sobre mí y me incomoda pensar que no paran de mirarme mientras yo miro el suelo. Mis lágrimas tocan los adoquines tiñéndolos de un gris más obscuro, aunque trato de calmarme la situación me desborda más y más.

Logro estabilizar mis nervios y vuelvo a erguirme mirando disimuladamente a mí alrededor, toso varias veces para arreglar mi garganta y restriego mis ojos colorados por el llanto. Las risas de niños invaden el parque, se los pueden ver entre los sakuras, correteando en el césped riendo y hablando entre ellos. Con la vista hipnotizada en ellos me aparto del sendero y termino por sentarme a los pies de un sakura. Aun puedo sentir el susurro de la gente hablando entre ellos algunos hasta esconden sus labios con la mano para que solo el de al lado escuche lo que hablan de mi; cada vez son menos los que lo hacen como acostumbrándose a mi presencia, hasta que lentamente paso desapercibida para ellos.

Elevo la vista y me dejo llevar por el relajante sonido de las ramas obscuras del árbol japonés. Las ráfagas de viendo se tornan más delicadas o eso me parece al menos porque me permiten acomodar mi cabello sin que se vuelva a alborotar. Recojo mis piernas y las rodeo con mis brazos, sin pensar comienzo a acariciar mi brazalete apreciando con el tacto cada detalle de él; la superficie metálica de azul plata con su peculiar cierre en la parte de abajo, los tres dijes de diamante obscuro con los signos Athménicos labrados en ellos, que encierran cada uno en su interior una porción de mi poder. Puedo sentir en esos dijes el Athmen apresado, ansioso por salir de ellos y correr por mis venas. Los dijes no son más que trozos de diamantes, lo que en verdad importan son los signos Athménicos simbolizando las funciones del Athmen: La sabiduría, la protección y la fuerza.

Recuerdo a mi padre colocándome el brazalete cuando era pequeña, recuerdo que me dijo "El Athmen reposa en la sabiduría, se expande con fuerza y protege a su portador, solo hay que saber manejarlo". Ahora no sé qué pensar de esto, creo que no seré capaz de controlarlo pero a la vez me honra ser yo la portadora de semejante Athmen, después de todo es parte de mí, de lo que soy y siento que es una obligación conocerme por completo. Si lo logro podré demostrar a Stephan que me subestimó y no le conviene tenerme como enemiga.

Debería dejar de pensar en él, con la conversación de hace un rato ya me ha dejado en claro que lo único que le importa de verde es él y su estúpido plan, tengo que asumir que mi propio hermano mando a matarme y es ilógico pensar que un hematsuki me salvo de eso; es ilógico y vergonzoso. No puedo evitar salir una mueca de sonrisa en mi rostro al recordar eso.

Tomo impulso y me pongo de pie, guardo mis manos en los bolcillos casi heladas de tenerlas fuera sin abrigarlas. Me dirijo nuevamente al camino, ya más tranquila y con una mirada de reojo de la gente comienzo a caminar. Frente a mí se puede ver un largo camino acompañado por dos filas de arboles a los costados, sobre él se aprecian bancos de madera, la mayoría ocupados por parejas o grupos de amigos. Me gustaría volver aquí algún día en primavera, y poder ver los sakuras florecidos y los adoquines sumergidos en una alfombra de flores rosas; seguramente habrán mas niños jugando y hasta manteles a cuadros en el césped con cestas.

AthmenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora