6: Amigos

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Salgo de la estación de subte, me aseguro que nadie me siga y camino a la esquina de la vereda, a esperar a William. Cuando visualizo su coche, corro hasta este, antes de que él se baje y subo en el asiento del acompañante.

—Merche... —dice el rubio al verme—. ¿Qué ocurrió?

—No es seguro, arranca —advierto y enseguida comienza a conducir.

—¿A tu casa? —pregunta confundido.

—Preferiría que la tuya, es más seguro —repito.

Sonríe.

—Lo que la jefa mande —exclama de manera cómica.

—Creí que tú eras el jefe.

—¿Quién sabe? —Se ríe—. Soy tan torpe a veces, que no entiendo cómo me dieron un ascenso.

—Deja la modestia, ambos sabemos que no eres ningún tonto —digo sin expresión en mi rostro.

—Dile eso mi ex —exclama pensativo.

Frunzo el ceño.

—Esa Julia es una idiota, qué bueno que terminaron, no te merecía. —Lo miro mientras él sigue con la vista en la calle—. Olvídala.

Fuerza una sonrisa.

—¿Cómo es que terminamos hablando de mí, cuando se supone que íbamos a hablar de ti?

—Por qué tu desgracia me tranquiliza —bromeo.

—Ja, ja —finge una risa de mentira—. Muy graciosa. —Rueda los ojos y me río.

Llegamos a su departamento, lo sigo detrás, abre tranquilamente y paso directo. Sonrío, bastante ordenado, para ser el hombre tan despistado que es, siempre tiene todo prolijo.

—Dime la verdad, llegabas tarde a todos los operativos, ¿por qué te ponías a limpiar? —Sonrío.

—¿Sabes que la educación con una madre religiosa es muy extraña, cierto? —Señala todo el lugar—. Aquí tienes el resultado.

—Tú y tu madre religiosa. —Ruedo los ojos—. ¿Hay que hacerle un monumento a esa mujer? —Bufo—. ¿Dónde está tu baño?

—Allí. —Lo señala.

—¿Tienes algo de ropa para prestarme?

Tengo unas ganas tremendas de quitarme este vestido rojo.

—Soy un hombre que vive solo y mi ropa no te entraría, soy muy alto —dice avergonzado.

—Dame lo que encuentres, me pongo cualquier cosa. —Muevo la mano—. Es una orden de tu jefa —bromeo.

No pone más objeción y abre su armario. Se va a buscar, encuentra un pantalón y una camisa, más o menos que funcionen para la ocasión. Voy al baño y me cambio. Me queda grande, es cierto, pero lo prefiero así. Doblo las mangas y aprieto el cinturón para que no se me caiga, cuando salgo se ríe.

—Ya, en serio, no puedes hacerme esto. —Hace una gran carcajada.

—Ríete todo lo que quieras. —Me cruzo de brazos, frunciendo el ceño—. Pero yo me quedo con la ropa. —Tiro las sandalias y me siento en el sillón—. Ah, la libertad. —Suspiro.

Él camina y se sienta al lado, poniéndose serio.

—Bueno, hablemos en serio. ¿Te secuestraron, cierto?

Trago saliva, creo que estaba intentando evitar el tema.

—Sí —digo en tono bajo.

—Seguro sabes, que el tal Eiden, se había vuelto prófugo.

La palabra "había" me trae una punzada al pecho.

—No me digas que...

—No —me interrumpe—. Me precipité al hablar en pasado, se cayó de un puente, con una herida de bala, pero no se encontró el cuerpo, así que no es lo que estás pensando.

Suspiro. Quiere decir que todavía hay esperanza.

—Qué bueno. —Toco mi vientre y él observa mi acción.

—Tú... estás...

—Embarazada —le confirmo—. Es muy poco, ya que son solo tres meses. —Me miro la panza—. Pero ya se nota un poquito. —Sonrío.

—Lo defendiste antes, y él me pidió que te encontrara. —Analiza todo, como el profesional que es—. ¿Es de él, cierto? Hasta estás contenta.

—Sí y lo seguiré defendiendo, él no es como ellos —digo directo y luego me percato—. ¿Qué quisiste decir con eso?

—Cuando cayó, yo estaba allí, no soy quién para juzgar, pero parecía sincero —opina y aquel punto de vista, me pone contenta.

—¿De verdad? —Entrecierro los ojos—. O sea, ¿no crees que estoy loca?

—Hablando de eso, deberías entrar al programa de protección a víctimas —aclara y me sobresalto.

Me levanto del sillón, enojada.

—¡¡¿Primero me dices que me crees y luego me quieres mandar a hacer un examen psicológico?!!

—Yo no dije eso —exclama seriamente—. Pero si entras allí, quién te haya secuestrado, no va a poder encontrarte.

Me percato, tiene razón. Es un lugar anónimo, es más seguro. Suspiro.

—Lo siento, no quise enfadarme contigo, es solo que... estoy frustrada —exclamo con la angustia que sale dentro de mí, ¿o son las hormonas del embarazo? ¡Cielos! Debe ser todo junto.

Sonríe.

—Somos amigos, lo entiendo.

—Gracias. —Me vuelvo a sentar a su lado y me agarro de su brazo—. Creo que más que un amigo, voy a empezar a considerarte como mi hermano mayor. —Me río.

—No te preocupes, tu hermano te protegerá. —Me sigue el juego y también se ríe.

De acuerdo, lo dije bromeando, pero pienso que William, más que un amigo, se ha convertido en parte de mi familia. Desde que nos conocimos y comenzamos a estudiar la carrera policial juntos, lo he visto como al hermano mayor que nunca tuve. Parece que la sangre no es necesaria, para crear vínculos y de algún modo, en estos momentos, me pone contenta. 

Perversa Oscuridad: Infiltrada (y Encuéntrame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora