10: Encuentros

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Merche

Es solo un segundo, pero se siente como mi alma vuelve a mi cuerpo. Es el segundo más feliz en estos momentos tan horribles para mí.

Eiden... Eiden está vivo.

No puedo creer lo que ven mis ojos. Mi corazón late a toda velocidad, pero el tiempo se detiene en nuestras miradas. Lástima que mis ojos se empañan al siguiente segundo y mis lágrimas se escapan. Entonces, la ilusión de mi felicidad desaparece.

—Da un paso en falso y quién te va a matar no será Clow —amenaza la Señora L, la cual al visualizarla me está apuntando con un arma.

Oigo un tiro y me giro a la puerta de vidrio, es...

¡¿Es blindada?! ¡Es una puerta de vidrio antibalas! Veo como Eiden, luego de intentar romper la cerradura con su arma, la golpea, sin embargo, no logra abrirla. Mira al guardia, enojado.

—¡Ábreme la puerta! —grita, aun así, el hombre se lo niega—. ¡¿No sabes quién soy?! Ábreme la puerta, soy uno de los hijos del difunto R, será mejor que abras.

Cuando el empleado le entiende, va a abrir, pero L vuelve hablar.

—Ni te atrevas, hijo de R o no, no está invitado, no entra.

El hombre se detiene.

—Sí, señora.

—Llévatela —ordena refiriéndose a mí.

—¡¿Qué?! —Me sorprendo y el guardia agarra mi brazo—. ¡No, suéltame! —Forcejeo y miro la puerta—. ¡¡Eiden!!

No, no, no quiero.

—Camina. —El hombre me apunta con el arma y me obliga a irme con él.

—¡¡Merche!! —grita Eiden y sigue golpeando la puerta. Mira a un lado y otro, pero no encuentra otra entrada—. ¡¡Maldita sea!! —Oigo como dispara a la puerta mientras me alejo—. ¡¡Merche, encontraré la manera, lo juro!! ¡¡Te encontraré!!

~~~

Terminan encerrándome en una oficina y me quedo sola allí, sentada en la silla que está en frente del escritorio, aunque no puedo detener mis lágrimas, que ahora son de tristeza.

"Te encontraré".

Mi corazón late rápido por esas palabras y me tranquilizo un poco pensando en ello.

Eiden, por favor, encuéntrame.

Debo tener esperanzas. Paso mi mano por mi rostro, intentando secar mis lágrimas y me sobresalto cuando la puerta se abre de repente.

Giro la vista aterrorizada, por el que creo que me está mirando tildado cuando me ve.

Maldición.

Clow me observa, sorprendido, y quieto, hasta que al fin habla.

—Gatita, estás aquí —exclama en tono bajo, luego mira a un lado y otro—. ¿Por qué estás aquí? —pregunta confundido.

—Eh... tu madre. —respondo nerviosa.

Frunce el ceño.

—Estás llorando.

Mira qué novedad.

—Como para no estarlo —digo molesta—. Estoy de nuevo aquí.

—¿Qué ropa extraña es esa? —Se ríe.

—Es mucho mejor que tu maldita ropa de prostituta. —Lo observo con odio.

Se queda mirándome callado un rato y luego vuelve a hablar.

—Sí, en serio, no sé qué haces aquí.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Eres idiota? —Definitivamente es un idiota y muchas cosas más, claro está.

—Me alegra verte, en serio. —Sonríe—. Pero si estás en esta oficina, es por algo que no me conviene —opina pensativo lo último.

—No entiendo.

—Este cuarto es una trampa, es insonoro. Todos saben que está preparado para que el que entre primero aquí, sea asesinado por el segundo que se adentra en esta misma habitación. O sea que... —Analiza la situación—. Mi madre me pidió que viniera para matar a alguien, pero nunca creí que fueras tú. —Mueve los ojos, pensativo—. Tengo que matar a alguien.

Veo como Clow sale de la oficina, oigo un ruido que no logro comprender y en un corto tiempo regresa, rápidamente.

—¿Qué hiciste? —pregunto preocupada.

—Ahora lo vas a ver. —Agarra mi muñeca y me obliga a caminar, mientras sostiene mi brazo, con su otra mano tiene una pistola.

Al salir de la habitación, visualizo a un guardia muerto.

—¿Por qué? —cuestiono desconcertada.

—Reglas. —Hace una pausa—. Alguien tenía que morir. —Sonríe—. Suerte para ti que te tengo afecto.

Depende como se lo vea.

Continuamos caminando hasta que veo la puerta de salida del final del pasillo, pero para mi mala suerte, la mujer causante de esto aparece.

—Clow, hijo. —Sonríe L—. ¿Todavía con esa obsesión tuya? —Él la ignora y sigue caminando—. Escúchame...

—Prefiero ignorarte, gracias.

—¿Por qué? —Frunce el ceño su madre y este se detiene.

—No me obligues a matarte —la amenaza con una cara sin expresión.

—¿Acaso no te das cuenta? Terminarás muerto como tu padre.

Sonríe.

—Qué bien, iré al infierno.

Vuelve a caminar y me arrastra a continuar con él, aunque una sonrisa se forma en el rostro de la Señora L.

—Esto no ha terminado aún. Tarde o temprano te convenceré.

Se burla.

—Qué buen chiste.

—Eiden está dando vueltas por aquí, ¿sabes?

El cobrizo se da vuelta.

—Obviamente. —Luego me mira—. Por eso vamos a salir por un lugar secreto.

Frunzo el ceño.

—Eres un cobarde.

—Cobarde no, Gatita, inteligente. —Vuelve a observar a su madre—. Si no tienes nada más que decir, ya lárgate. Estoy muy ocupado.

—Mi niño, aún me necesitas —ella insiste.

—Eso se verá —aclara y la conversación termina allí.

Seguimos caminando y bajamos unas escaleras a un subsuelo. No hay nadie. Vamos por otro pasillo hasta llegar a un estacionamiento abandonado. No hay ningún coche a la vista. Abre el portón de salida que al parecer conecta con el otro edificio, llevándonos a otro aparcamiento donde sí hay vehículos. Me hace subir a uno y otra vez termino en esta molesta situación.

Parece que la pesadilla nunca se termina.  

Perversa Oscuridad: Infiltrada (y Encuéntrame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora