23: Dispara

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Llegamos a un lugar y el Señor R me quita las vendas de los ojos. Observo una gran mansión con varias habitaciones y muchos pasillos que no sé a dónde lleva cada uno, pero es enorme. Más dinero turbio gastado en lujo, lo haré pagar cuando lo meta en la cárcel.

—Se bienvenida a mi centro de operaciones, o sea, mi casa. —Se ríe.

—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto sin expresión.

—Cambié de opinión. —Se pone serio y cuando lo hace demuestra su extraña doble personalidad, pero también que es peligroso—. Vamos a averiguar hoy mismo, si realmente eres policía. —Parece que acerté—. Acompáñame, preciosa. —Mueve su mano y me indica el camino.

Vamos por un pasillo y abre una puerta diferente a las demás, es antisonido. El ruido no entra ni sale. Al pasar me encuentro en un ambiente amplio, pero cerrado. Parece un lugar para práctica de tiro y no me equivoco, lo es. R toma un arma, se pone en posición desde lo que se nota es el ángulo para disparar y apunta hacia la pared dónde se encuentran las dianas. Son círculos especialmente hechos para ese fin. Dispara casi en el centro, no es ningún aficionado, ha dado en los lugares correctos, varias veces.

Para mi mala suerte soy buena en ello y si me ofrece disparar...

—Tu turno. —Sonríe y me entrega el revólver.

—¿No tienes miedo que te mate? —pregunto directo.

—Si eres policía, no puedes matarme, cosas de protocolo de ustedes. Sin embargo, si no lo eres, ¿no deberías estar asustada?

Me sobresalto, me va a descubrir. Me giro y me dirijo a la posición para disparar. Debo errar, no hay de otra, pero, ¿y sabe que finjo? No puedo ser ni muy mala, ni muy buena en los siguientes tiros. Tampoco debería saber usarla, me detengo al percatarme.

—Eh... no sé, ¿cómo se usa? —pregunto fingiendo confusión.

—Buena táctica. —Sonríe—. Ya te estoy creyendo. —Juega con sus palabras y eso me preocupa. Se posiciona detrás de mí, apoyando su maldito puto pene en mi trasero. Está su pantalón, pero su erección es notable, qué asco—. Agarras así. —Su mano pasa por mi brazo y lo levanta, yo hago lo que me indica—. Luego sacas el seguro. —Lo baja—. Y apuntas, después presionas el gatillo. —Sus dedos tocan los míos—. ¿Lista? —Asiento—. ¡Dispara! —Doy en el blanco, maldición me olvidé de errar—. Felicidades por tu primer tiro. —Aunque creo que él se olvidó por qué estábamos haciendo esto. Lame mi cuello y presiona uno de mis pechos—. Ahora entiendo por qué a mis hijos les gustas tanto. Quédate quieta. —Su mano baja a mi entrepierna y siento que lo voy a golpear porque...

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —Oigo una voz femenina a nuestro costado y R me suelta.

—Cariño, creí que no venías hoy —exclama nervioso al ver a la mujer, una de cabello cobrizo y ojos grises, entonces lo noto, la madre de Clow.

Ella sonríe y camina seductora, he de admitir que es hermosa.

—Entrégame eso. —Agarra el arma y apunta a las dianas. Una, dos, tres. No, todas las dianas en el blanco—. Así se dispara, cariño.

—Lo sé. —Se le acerca y la agarra de la cintura—. La Señora L es la mejor en ello. —La besa.

¿Señora L? Si tiene una letra, ¿quiere decir que es jefa de algo? De otra red de trata quizás. Si todo se entrelaza puede servir en mi investigación.

Ella lo aparta.

—¿Y quién es esta? —Se me aproxima—. ¿Otra de tus prostitutas personales?

Perversa Oscuridad: Infiltrada (y Encuéntrame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora