20: Débil

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Gimo, su boca recorre todo mi cuerpo, sus labios me erizan la piel en cada tacto. Estoy complacida, deseo más. Me abrazo a él, lo necesito. Amo ese torso, tan sexy, todo para mí. Estoy húmeda, me excita en cada parte. Lo necesito, quiero darle todo. Nos besamos con intensidad, nuestras lenguas se unen en un sinfín de sensaciones, no pueden estar separadas ni un instante. Mi interior palpita, lo quiero dentro de mí, fundirnos en uno solo es mi anhelo. Rodeo mis piernas alrededor de su cintura y su órgano viril se adentra, dándome la satisfacción que necesito. Suspiro por esta pasión que no quiero que se detenga.

—Eiden.

Abro los ojos de repente, noto mi ropa interior mojada, miro a un lado y otro, sigo en el suelo del baño de esta habitación en la que estoy encerrada. Me duele todo, creo que me desmayé. He estado vomitando demasiado y perdí el conocimiento. Continúo sentada en el suelo, por lo débil que me siento. Me toco los labios, recordando el sueño.

—Eiden —susurro y una angustia se apodera de mí. Me toco el vientre, entonces suspiro—. Danaya, ¿te he dicho lo mucho que extraño a tu padre? Necesito abrazarlo y que me abrace. Me siento un poco triste, pero no pienses que soy así, ¿eh? Mamá es fuerte, solo que a veces, no sé puede con todo. —Una lágrima se me escapa y me la limpio enseguida.

Oigo la puerta abrirse y me sobresalto, pero frunzo el ceño cuando lo veo. Lo miro con odio.

—Gatita. —Me observa, pensativo—. Sigues ahí.

—Te dije que detesto los barcos —le aclaro cortante.

—Ven aquí. —Se me acerca y me levanta entre sus brazos—. Un buen baño caliente te vendrá perfecto.

Comienza a caminar por los pasillos del enorme yate. No le contesto, no tiene sentido. Además, de solo visualizar los pasillos de la embarcación, ya me pongo tiesa de los nervios. Malditos traumas.

Llegamos a un baño mucho más grande y me apoya en una silla. Camina hasta la bañera, en eso abre la llave del agua, que hace que comience a llenarse. Vuelve a acercarse y me quita el vestido. No lo miro cuando me saca el sostén, pero sé que está sonriendo. Entonces, me hace levantar del asiento para bajarme las bragas, así quedo completamente desnuda.

Observa mi ropa interior inferior, confundido, y la toca notando su humedad.

—Está mojada —acota.

Yo no le contesto, me mantengo en silencio. Lo único que hago por acto reflejo, es cubrirme los pechos y bajar mi vista al suelo.

—La única teoría que se me ocurre, es que tuviste un sueño erótico. Es obvio que no te excitaste por una situación tan boba como esta. Te estoy hablando, mírame —ordena y levanto la vista, sonríe molesto—. ¿Soñaste con Eiden, cierto? Qué asco.

Frunzo el ceño.

—¿Ya no se me permite ni soñar? Eres desagradable, tus celos me tienen harta, vete a la mierda —exclamo molesta.

Agarra mi cabello con fuerza.

—Qué boquita sucia que tienes. Mantente callada si no quieres que te tire por la borda —amenaza.

—Pues hazlo, así no tengo que ver tu maldita cara otra vez —exclamo con asco. No estoy pensando, solo estoy cansada, quizás debí haberme mantenido en silencio.

Presiona sus dientes, está molesto.

—Yo decido que hacer contigo, ¿entendiste? Limítate a obedecer.

Respiro agitada, mis nervios me atacan y me mareo. Estoy débil como para seguir discutiendo. Siento que voy a desmayarme otra vez, no puedo mantenerme en pie por más tiempo.

—Gatita... —Él se sorprende y me ataja. No dice nada más, simplemente me levanta entre sus brazos y me introduce en la bañera.

Siento la sensación cálida del agua, es relajante apenas la toco. Me devuelve el alma al cuerpo, de lo estresada que estaba. La tensión en mis nervios se afloja y lo que provocaba el mareo desaparece.

—¿Mejor? —él pregunta, pero prefiero mantenerme en silencio esta vez—. Parece que sí. —Sonríe.

Rato después, me saca del agua, me pone lencería nueva y una bata de seda roja. Me sienta nuevamente en la silla y me peina, soy como su muñeca.

Qué humillación.

—Clow —luego de un momento hablo—. Sácame de aquí, no puedo estar en un barco —insisto, los nervios regresan a mí, recordando donde me encuentro—. ¿A dónde me llevas? —pregunto agitada.

—Ya te lo dije, es una sorpresa. —Continúa peinándome.

—Odio las sorpresas y esto está tardando demasiado. Quiero estar en tierra firme —exclamo nerviosa—. ¿Cuándo? —insisto.

—Hemos tardado bastante, porque obviamente estamos esquivando los controles policiales —se burla—. Ya sabes, aduanas y esas cosas. —Se ríe—. ¿Protocolo lo llaman ustedes?

Ignoro su pregunta y vuelvo a cuestionar.

—¿Cuándo? —Me toco el vientre—. Ya ha pasado demasiado tiempo.

Analiza mi acción.

—¿Siete meses ya vas? —pregunta.

—Siete y medio —digo molesta.

Ya estoy por llegar a los ocho, me preocupa que luego de eso falte un mes y yo siga con este sádico. El tiempo pasa y me asusto más. No he visto a un ginecólogo en mucho tiempo, me hubiera gustado haber preguntado más. Me da miedo, tengo miedo.

—¿Qué significa Danaya? —pregunta de repente. Me irrita que lo sepa. La única razón porque lo sabe, es porque me ha escuchado hablar cuando supuestamente estaba sola—. Dime —insiste.

—Significa luz divina —miento.

Significa esperanza, pero no quiero que ande con sus especulaciones y me traiga problemas, aunque de algún modo es verdad, Danaya es mi luz en esta oscuridad.

Apoya el peine en la mesa y camina, poniéndose delante de mí.

—Iremos a una isla —dice repentinamente—. Te encantará. —Me levanta el rostro—. Ahí está la sorpresa. —Me besa despacio y luego se separa de mí, caminando hasta la puerta—. Pórtate bien, ahora regreso. —Sale del baño.

Suspiro, triste.

—¿Dónde estás, Eiden?

Me siento débil y desamparada.

Me pregunto, ¿dónde ha quedado mi fuerza de voluntad?

Perversa Oscuridad: Infiltrada (y Encuéntrame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora