Cap. 26: La pesadilla

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Empiezo a abrir lentamente los ojos. El sol se ha empezado a ocultar detrás de un enorme edificio proyectando sombras distorsionadas por todas partes.

En mis temblorosas manos está el arma, ya sin municiones, aun apuntando hacia el frente.

Cuando he abierto por completo mis ojos me atrevo a mirar hacia delante. La mutación esta a escasos centímetros de nosotros. Aun se mueve un poco, espasmos musculares supongo. Tiene varios puntos que derraman un espeso líquido rojo, manchando su hermoso plumaje amarillo. Un par de plumas han caído dispersas por el lugar cuando se ha estrellado contra el pavimento luego de que le disparé.

Miro hacia un lado; Mónica y Leah están en el suelo, ambas abrazadas aun con los ojos cerrados. Es extraño verlas así, supongo que se preparaban para lo mismo que yo hace unos instantes; morir.

Es increíble y casi milagroso el hecho de que aun sigamos vivos. En realidad, el haber llegado hasta aquí lo es.

Toco el hombro de Mónica y ella se estremece, luego abre los ojos y observa en todas direcciones. Veo el miedo en su mirada. Leah también los abre y su vista se clava fijamente en el cuerpo sin vida de la mutación. Nadie dice nada durante al menos dos minutos.

—¿Están bien? —pregunto. Ellas solo asienten sin apartar la vista de la mutación.

Nos quedamos unos instantes más allí, al lado del cuerpo que ya ha dejado de moverse. Su sangre ha formado un enorme charco que se acerca hacia nuestros pies.

—Creía que las aves no habían mutado —comenta Leah.

Tiene razón. En la aldea siempre nos habían dicho que las aves eran uno de los pocos animales que no habían mutado, es por eso que en la aldea nunca nos llegamos a preocupar de que alguna mutación entrase volando.

—Lo mismo pensaba yo —digo. Entonces me doy cuenta que aun tengo el arma en las manos. Me siento junto a ellas y la pongo en el suelo. Si no hubiese recordado que la teníamos, con total seguridad en estos momentos estaríamos muertos.

—Debemos movernos, el sol ya casi se ha ocultado por completo y no me quiero ni imaginar qué tipo de mutaciones saldrán a casar de noche —dice Mónica poniéndose en pie y acomodándose la mochila. Leah y yo la imitamos y empezamos a inspeccionar el edificio. Al final tomo el arma y la guardo en mi mochila aunque estoy consciente de que ya no nos dará ninguna protección.

El edifico central solo parece tener una entrada y por lo visto es casi inaccesible. Decidimos buscar donde pasar la noche y buscar en la mañana la forma de poder entrar.

Hallamos un lugar que parece ser una tienda donde alguna vez se vendió ropa, la puerta está rota así que se nos hace fácil entrar. Dentro todo está hecho un desastre. Trozos de tela desgarrada cubren el piso. La luz que entra con los últimos rayos del ocaso permite ver que nadie ha estado aquí en muchísimo tiempo. Para remate de la situación, mi linterna se ha quedado sin baterías.

Los tres movemos un pesado estante de metal para obstaculizar la entrada y así proporcionarnos un poco de seguridad. Sacamos lo que nos queda de agua y comemos las patatas crudas y las últimas bayas, además cada uno toma una de esas toronjas que hemos encontrado antes y nos la dejamos para el postre. Esta noche nos permitimos comer hasta quedar medianamente satisfechos. El estomago pide más aun cuando esta ha sido nuestra mejor cena en varios días sin embargo no queremos quedarnos sin ninguna provisión así que nos conformamos con lo que hemos comido.

—Debemos hacer guardias por turnos, yo hare la primera luego Leah, y Mónica hará la ultima —propongo y las chicas están de acuerdo. Se recuestan en el piso usando las mochilas como almohadas y yo apoyo mi espalda contra la pared y tomo un cuchillo del bolso.

La luz de la luna llena entra por los cristales rotos de la puerta y proyecta sombras tenebrosas en las paredes. Hay varios muñecos con formas humanas y sin cabezas que, más de una vez, me han hecho dar un salto en lo que va de noche.

No estoy seguro de cuánto tiempo ha pasado pero como mis parpados se niegan a seguir levantados decido llamar a Leah. Ella da un sobresalto cuando la llamo, nuestros nervios han quedado destrozados. Se recuesta en mi lugar, le entrego el cuchillo y me tiro en el duro piso intentando encontrar una posición que me permita descansar al menos un par de horas. Veo a Leah, su cara está iluminada por un rayo de luna que le hace brillar el rostro, parece agotada, todos lo parecemos. Espero que luego de esto, cuando volvamos a la aldea, si es que volvemos, podamos llevar una vida tranquila e intentar olvidar los horreros que hemos tenido que vivir estos últimos días. Aunque eso sea casi imposible.

Mis sueños se llenan de extrañas imágenes; sangre espesa que gotea de todas partes, mutaciones que me persiguen por un sendero en el bosque y gritos. Ensordecedores gritos que penetran en mi mente.

Yo intento correr lo más rápido que puedo pero las extrañas figuras de las mutaciones se precipitan sobre mí. Tropiezo y caigo, me levanto de nuevo y sigo corriendo. Me enredo con la maleza, las ramas secas me rasguñan la cara y los brazos, sin embargo yo no me detengo. De repente llego a un claro en el bosque iluminado por la luz de la luna llena. Las mutaciones han desaparecido y a mí alrededor solo veo los árboles secos formando extrañas figuras espeluznantes. Entonces oigo un murmullo, alguien que susurra mi nombre, me volteo rápidamente y lo que veo hace que mi corazón de destroce en mil pedazos.

En el suelo, entre las malezas y las ramas rotas yace un cuerpo de mujer sin vida. Lleva un vestido blanco rasgado y manchado de rojo, tiene la mirada perdida en la nada y el color de sus labios ha desapareció. Entre los cabellos lleva trozos de hojas enredados.

Caigo al piso sin fuerzas, un dolor punzante me perfora el cerebro al mismo tiempo que las lágrimas, sin previo aviso, empiezan a caer al piso al ver el cuerpo de mi madre.

Más allá del bosque del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora