Un último día tranquilo

654 36 8
                                    

Oscuridad. Lo único que noto, al intentar ver a mí alrededor, es oscuridad. Me encuentro completamente solo, rodeado de una nada absoluta a donde quiera que intente mirar. No consigo percibir sonido alguno o el más mínimo indicio de donde estoy, haciendo que me sienta sumergido en un pozo lóbrego donde ni siquiera soy consciente de la existencia de mis extremidades. Mi cuerpo parece inmaterial, como si yo solo fuese conciencia viva, hasta que un repentino escalofrío nace de algún lugar de mí y se extiende por un cuerpo que va cobrando forma. De repente veo como una luz tenue se enciende a mis espaldas iluminando el lugar con un resplandor amarillento y, al voltear, me doy cuenta de que estoy en un rincón de mi habitación.

El lugar es pequeño y conserva ese olor a pino que emana de las paredes de madera. Veo a mi madre sobre la pequeña cama, aunque aparenta unos cuantos años menos. Su expresión parece más dulce y menos preocupada. Tiene a un crio recostado en su regazo, arropado por una fina manta azul celeste de lana que ella misma ha bordado en sus ratos libres. Ese niño soy yo de pequeño.

Noto que ella le susurra algo mientras acaricia con dulzura su cabello, así que me acerco un poco más hasta donde están para intentar escuchar.

—¿Recuerdas lo que debes hacer si escuchas esos sonidos de nuevo? —le pregunta ella con su voz calmada y serena. Ambos parecen ignorar por completo mi presencia en la habitación. Aunque yo logro verlos y oírlos perfectamente.

—Alejarme de la alambrada y correr a casa —contesta mi versión del pasado.

—Así es cariño, siempre que estés dentro de la alambrada estarás a salvo.

Luego de pronunciar esas palabras la escena se desvanece poco a poco, como una gota de tinta en una tasa de agua, y la oscuridad vuelve a consumirme para trasladarme a un nuevo lugar.

Tardo apenas unos segundos en reconocer donde estoy. El suelo repleto de hierbajos marchitos y hojas secas, los arboles casi desnudos balanceando sus deformes ramas a un ritmo espelúznate y un potente alarido que rompe el silencio, ese sonido del que tanto me advertía mi madre que me alejase hace apenas unos instantes: Me encuentro en el Bosque del Averno, fuera de la alambrada.

El pánico se apodera de mí al instante. Observo en todas direcciones intentando ubicar algún lugar seguro al que ir. Todo parece tener el mismo aspecto, como si en cualquier camino me esperase la peor de las suertes.

Miro de nuevo y a mi derecha logro divisar la Aldea al final de un estrello sendero custodiado de enormes arboles de roble totalmente secos. Sin pensarlo dos veces empiezo a correr tan rápido como soy capaz. Detrás de mí, oigo como los arboles crujen, se rompen y caen al suelo con un gran estrepito junto al sonido de pisadas que retumban sobre la tierra. No me detengo y me digo a mi mismo que no debo mirar atrás. La alambrada esta cerca y si logro pasarla estaré a salvo, tal como mi madre me decía de pequeño. Lo que sea que me persigue se acerca con rapidez, puedo oír sus rugidos infernales acercándose cada vez más, aumentando de volumen a cada instante.

Me encuentro a escasos diez metros de la alambrada. Solo debo cruzarla y estaré a salvo, pero cuando finalmente estoy por hacerlo tropiezo inexplicablemente y caigo al suelo sobre un lecho de tierra rocosa y maleza que me raspa las palmas de las manos. Me volteo apoyándome sobre los codos y solo tengo el tiempo suficiente para ver como la horrible mutación, cuya figura parece salida del mismísimo infierno, se lanza hacia mí con sus enormes y ensangrentados dientes y garras, lista para despedazarme, y...

Despierto, aun con el corazón latiéndome con fuerza y amenazando con salirse de mi pecho. "Solo ha sido un mal sueño", pienso y respiro profundo, aliviado a la vez que mi cuerpo empieza a relajarse. Observo el despertador; un antiguo artilugio fabricado con tecnología del antiguo mundo que se supone me ayudaría a llegar a buena hora a la escuela. Fue un regalo de mi madre hace un par de años. Al callar el sonido irritante que produce miro la hora con los ojos entrecerrados. Son las 6:01 de la mañana.

Más allá del bosque del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora