Cap. 23: Tierra a la vista

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El sonido del rayo me deja petrificado un instante, se puede sentir la electricidad en el aire.

Estoy desubicado, confundido, mi mente no parece responderme, de repente veo a Leah de rodillas en el suelo, a su lado Mónica intenta ponerla en pie. Me acerco para ayudarlas. Tomamos a Leah de las manos y la ponemos en pie, no se ha hecho ningún daño, solo parece estar algo impactada igual que todos.

Los tres emprendemos la carrera hacia la extraña estructura que cada vez se hace más visible. De vez en cuando un rayo cae a una distancia peligrosamente corta, lo cual provoca que nos detengamos un instante por el susto.

Al lograr llegar a salvo al extraño lugar nos sentimos un poco aliviados, aunque afuera la lluvia y los rayos caen sin parar. Parece que el mismísimo cielo se estuviera cayendo en pedazos.

—¿Están todos... bien? —les pregunto entre jadeos a las chicas. El agua helada me cae por el cabello, el frio me cala en los huesos.

—Si... creo que si —responde Mónica desde una esquina —¿Leah?

—También, estoy bien... solo algo cansada y helada por la lluvia.

El viento arremete contra las ventanas improvisadas de madera, la puerta está algo suelta y el viento extra con furia y hace que el frio sea más insoportable. Debemos buscar la forma de entrar en calor o moriremos congelados.

—Hace demasiado frio aquí —la voz de Mónica se pierde entre el castañeo de sus dientes.

—Debemos calentarnos, encender un fuego o algo —digo mientras empiezo a inspeccionar el lugar.

El sol ha quedado completamente oculto tras la cortina de lluvia. Tomo mi linterna e inspecciono con mayor detenimiento el lugar. Es una habitación bastante grande, hay varios estantes vacíos y muchas latas y cajas vacías por todas partes, al otro lado hay una especie de mostrador con un raro aparato encima, parece un espejo cuadrado y tiene algunos botones a un lado. Sobre una pared hay un letrero con la frase ''MiniMarket Zulia''

También hay cables colgando de varios lugares. Finalmente encuentro lo que buscaba, una puerta. Al intentar abrirla me encuentro con que está cerrada, que decepción, pero para mi suerte abre sin poner mucha resistencia, con solo una patada he logrado abrirla de par en par.

—Vengan, aquí estaremos más resguardados —informo mientras observo la pequeña habitación, no tiene nada extraño. Hay un escritorio en el centro, un par de gabinetes llenos de papeles y algunas sillas.

—Nos vendría bien un fuego —dice Leah. Intento ver su cara, pero esta oculta tras unos cuantos mechones de cabello mojado.

—Por ahora no hay como, todo está mojado —digo. Los fósforos se han dañado con la lluvia—. Traigo agua hasta en los zapatos.

Agua...agua... ¡Si, Agua!

—¡Agua! —exclamó de manera espontánea, como un demente.

—¿Que ocurre con el agua? —pregunta Mónica mirándome como a un lunático.

—No lo ves, está lloviendo, es lo que necesitábamos, agua potable.

Ella parece entender a lo que me refiero y a continuación sacamos todas nuestras botellas y recipientes y los ponemos en el borde de la edificación donde el agua las va llenando lentamente. Finalmente ocurre un suceso favorable.

Esa noche la lluvia no se detiene hasta muy tarde, las botellas están rebosantes de agua limpia. Para calentarnos nos despojamos de la mayoría de nuestras prendas de vestir para ponerlas sobre las sillas a escurrir y nos tapamos con algunas sabanas que encontramos en unas cajas. Al principio nos pareció algo sucio debido que no sabemos quién las usó o como las usó antes, pero el frío era demasiado extremo.

Esa noche nuestra cena es un puñado de bayas acompañadas con unas fresas silvestres. Pelamos unas cuantas patatas y las comemos crudas, no tienen buen sabor pero ayudan a calmar el hambre.

Nos sentamos en el suelo y cerramos la puerta para evitar que el viento se cuele. Hemos puesto la linterna sobre una repisa de modo que disipe un poco la oscuridad. Mónica esta junto a la puerta, no estoy seguro de si este dormida o no.

Leah está junto al escritorio, la sabana que la cubre se ha corrido y logro ver su pierna, y allí esta, el corte que nos trajo tantos problemas. La herida está bastante sanada, aun está un poco hinchada y seguro que quedará una gran cicatriz, pero es muy poco probable que el corte de abra de nuevo. Su piel es muy blanca, tiene un lindo lunar en la parte alta de la rodilla, la última vez no lo note, aunque quizá se deba a la gran cantidad de sangre que la cubría ese día. Aun así, su pierna es delicada, su lunar, su color, ella lo es. El sueño me atrapa y yo me dejo llevar sin resistencia alguna.

—Nethan... ¡Nethan!

El grito que clama mi nombre hace que dé un salto, es Leah, me está llamando.

Al abrir los ojos miro a todas partes, la puerta está abierta, las chicas no están, entonces temo lo peor. Me pongo en pie de un salto, a toda prisa dejo la habitación y tomo un cuchillo del bolso.

Salgo al exterior. El sol brillante me ciega un instante, entonces distingo dos figuras de pie que miran fijamente al oeste, por donde el sol se oculta.

—¿Qué ocurre? —pregunto algo confundido.

Leah señala hacia el frente, yo sigo la trayectoria de su dedo y entonces lo veo. A lo lejos, unas edificaciones de tamaños impresionantes rozan el cielo, es la ciudad, ese es nuestro destino.

Más allá del bosque del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora