Cap. 19: Al borde de la muerte

104 8 2
                                    

Primero vacío los estantes de la cocina, luego busco entre algunas cajas tiradas por el suelo, pero no logro encontrar nada que pueda ayudarme. Esta es la tercera casa que reviso. El miedo empieza a crecer dentro de mí, no puedo dejar que Leah muera.

En ese momento empiezo a dudar que haya algo de utilidad en este lugar cuando de repente veo una caja blanca sobre lo alto de un armario lleno de hermosas figuras de porcelana y de cristal. Inmediatamente me lanzo hacia el armario y la cruz roja dibujada sobre el botiquín hace que mi corazón brinque de alegría.

Lo abro para inspeccionar el contenido. No es muy impresionante pero hay alcohol antiséptico, jeringas, gasas, un par de analgésicos y una aguja e hilo, así que sin pensarlo dos veces emprendo mi camino de regreso tan rápido como mi fatigado cuerpo me lo permite.

Al llegar hasta donde esta Leah el corazón se me cae a los pies. Está casi tan blanca como el papel, el tono rosa de sus labios ha desaparecido y el charco de sangre es más grande que antes.

Me tiro de rodillas a su lado y con manos temblorosas me pongo en marcha.

Tomo el cuchillo y corto parte de su pantalón y con el alcohol empiezo a limpiar la herida, es peor de lo que pensé. Inmediatamente empiezo a cocer el corte con aguja e hilo, algo que nunca antes había hecho.

Termino y la costura ayuda bastante a detener el mar de sangre, pero no sé si lo habré logrado a tiempo. Leah empieza a respirar más lento, lo sé por los apenas perceptibles movimientos de su pecho.

—Se pondrá bien, has hecho lo que podías, en realidad más de lo que podías. Ella no puede morir, no con un sanador a su lado.

Por alguna razón oír a Mónica decir eso me reconforta un poco, y a la vez me hace reflexionar sobre nuestras vidas. En casa tenemos que vivir y trabajar en lo que una ceremonia de azar nos dicte, pero cada quien debería poder hacer lo que más le guste, no lo que una tonta roca de color le diga.

Comemos dos latas de sopa cada uno y compartimos una manzana que Mónica traía. El hambre es terrible, sin embargo no tenemos más nada que comer y decidimos guardar las dos latas restantes para Leah.

La noche es lo bastante fría como para hacerme temblar de pies a cabeza. Hemos tenido que acampar aquí mismo, en la calle por miedo de que al mover a Leah la herida se vuelva a abrir y empiece a perder sangre de nuevo. Usando un par de mantas que encontramos en una casa no muy lejos y algunas varas de madera hemos hecho una mala improvisación de refugio sobre Leah. Intentamos encender un fuego que nos proporcionara algo de calor pero el viento que sopla no permite que la llama resista, así que nos toca soportar la brisa helada.

Hemos decidido hacer guardias por turnos. Ahora le toca a Mónica así que aprovecho he intento dormir un poco. Me recuesto a un lado del refugio ya que es muy pequeño para que alguien más pueda entrar. Justo cuando mis parpados se cierran y el dulce sueño empieza a tomar mi cuerpo, un objeto frío, quizá metal, se apoya en mi frente. Al abrir los ojos la luz de la luna llena solo me permite ver el contorno de una persona muy delgada y despeinada sosteniendo una especie de arma justo entre mis ojos.

Más allá del bosque del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora